Anacreonte
es un poeta griego que siempre ha dado juego porque hablar de las fiestas y del
vino siempre causa alegría; si además le añadimos el tercer componente de su
obra, el amor, pues ya tenemos el banquete completo. A la colección de obritas
basadas en el poeta de Teos, y que se siguieron publicando incluso en la era
cristiana, se la conoce como anacreónticas y son éstas las que hemos leído para
refrescar el griego que está algo atrofiado con tantas leyes educativas. No
descubrimos el mar Egeo si decimos que su lectura nos resulta un placer muy
propio de este verano tórrido; tampoco que Juan Meléndez Valdés, el gran poeta
del XVIII, era muy diestro en la composición de las anacreónticas. Como estoy
embriagado por el vino de Baco, lo que voy a hacer es copiar una de Meléndez
Valdés, aunque sea de modo fragmentario, y a seguir bebiendo: Tráeme vino, tráeme agua,
muchacho, que esta noche combato con Eros…
Salud,
riente Aurora,
que entre arreboles vienes
a abrir a un nuevo día
las puertas del oriente,
librando de las sombras
con tu presencia alegre
al mundo, que en sus grillos
la ciega noche tiene;
salud, hija gloriosa
del rubio sol, perenne
venero a los mortales
de alivios y placeres.
que entre arreboles vienes
a abrir a un nuevo día
las puertas del oriente,
librando de las sombras
con tu presencia alegre
al mundo, que en sus grillos
la ciega noche tiene;
salud, hija gloriosa
del rubio sol, perenne
venero a los mortales
de alivios y placeres.
(Fragmento
de la Oda VIII, “A la aurora”)
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