En medio de esta vena cántabra
que afluye por mis venas, he vuelto de nuevo a don Amós de Escalante y su libro
Del Manzanares al Darro que, como el
lector suspicaz habrá descubierto, trata de un viaje del santanderino desde
Madrid a Granada. En estos tiempos en que la gente viaja porque cree que por
eso son más cultos, pero no se dan cuenta que, sin una preparación previa, el
viaje nos puede quedar más incultos de lo que estábamos pues, en ocasiones, se
viaja sin saber a dónde se viaja. Sin embargo, el gran escritor cántabro viaja
aprovechando “el terreno”, disfrutando de los paisajes y de los paisanajes.
Queda claro que yo estoy absolutamente en contra de esa cultura del viaje
actual en donde nubes de gentes visitan el Partenón y, como en el chiste, cuando
ven que alguien se sienta emocionado en aquellas piedras milenarias recordando
la Atenas de Pericles, le dicen: “No se preocupe, a mí también me mancan los
zapatos”. Además, hago mía aquella frase de Jardiel Poncela que decía “ si
viajando se aprendiera, los revisores de RENFE serían catedráticos”. Para
viajar con provecho, la tierra tiene que tener un buen sustrato y un buen
tempero; sin esas dos condiciones, es una manera como otra de perder el tiempo.
Pero, claro, don Amós era un hombre culto que a cada paso se le venían las
lecciones que había estudiado y los libros que había leído desde Séneca a Washington
Irving. ¡Eso es viajar! Y lo otro, pues darle perlas a los cerdos. Yo,
siguiendo con Jardiel, prefiero quedarme en la cama mientras mi criado me pone
una película en donde van pasando las estaciones. Maneras de vivir.
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