Tamayo y Baus era para mí la calle del teatro María
Guerrero y en donde estaba la gran librería Miessner que antes había estado en
Ortega y Gasset y cuya sección de clásicas fomentó mi carrera de Filología
Clásica. Debía de correr el año ochenta y dos y yo estaba en el colegio cuando
fui a comprar allí una libro de etimologías del mexicano Agustín Mateos Muñoz que
usaba Felipe Albaina García, el fraile que nos enseñaba latín. Todo esto viene
a cuento porque me he terminado La locura
de amor, la obra teatral en la que se basó Juan de Orduña para su magistral
Locura de amor. Teatro histórico de
este autor que llevaba el escenario en sus venas y que estrenó, a finales de
los siglo XIX numerosas obras interpretadas por aquellas actrices que han
pasado a la historia de la interpretación española. Debía ser todo un
espectáculo verla en gestos y boca de doña María Guerrero, con la gente
llorando al final del emotivo tercer acto. Quizás ahora, cuando prevalece el
estilo sencillo y llano, estas grandes interpretaciones nos parecieran rimbombantes,
pero ahí quedaron para la historia como esta obra en la que el amor de una reina de a de lado las
obligaciones del trono. Una gozada.
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