¡Cuánto deseé este libro de Poesías completas de Ramón Pérez de Ayala! En mi adolescencia en el
barrio de Salamanca, cerca de la Castellana, me solía llegar con frecuencia a
la librería Pérgamo y allí, en aquella trastienda que se veía desde el
mostrador, colocados en escrupuloso orden númerico y formando una cadena variopinta,
estaban los libros de la Colección Austral. Recuerdo que nada más comprar uno,
ya me iba las páginas finales en donde aparecía
un índice de autores en el que me iba fijando en aquellos que más me
interesaban. Pero ya por entonces estaban agotadas estas Poesías completas. Sin embargo, gracias a ese genio de la lámpara
que se llama Iberlibro, hace un tiempo conseguí un ejemplar y lo comencé a leer. El título de primer
libro me parece un hallazgo poético, La
paz del sendero, pero, a medida que me adentraba en su lectura, los poemas
no me gustaban tanto y acabé por dejar el libro, cosa muy rara en mí. Ahora lo
he retomado y lo he terminado y como la constancia tiene un premio, al final
casi, he encontrado un poema hermosísimo, El
ideal, con un epígrafe de La epístola
moral a Fabio, la de un ángulo me basta, esa, que usa Fermín Herrero,
flamante premio Gil de Biedma 2014, Santonja et aliis mediantibus, en su
columna de El Norte .
Un ángulo me basta entre mis lares,
un libro y un amigo, un sueño breve,
que no perturben deudas ni pesares.
Andrada
Un
a casa y no más; blanca y sencilla,
lejos
del mundo y de los hombres vanos.
Un
huerto en que frutezca la semilla
por
la virtud humilde de mis manos
y
del sudor labriego de mi frente.
Una
vida sin odios cortesanos;
no
incertidumbre del placer presente,
no
angustia mensajera del mañana,
ni
envidias, donde el mal abre su fuente.
Una
vivienda pobre y aldeana,
cerca
del bosque, y que del mar, amigo
de
mi risa infantil, no esté lejana.
En
su quietud, a solas, sin testigo,
he
de labrar el alma como el huerto,
del
vendaval poniéndome al abrigo.
Mi
brazo en la labranza se hará experto.
Aguzaré
del alma las pupilas,
cuando
en negrura el orbe esté cubierto
y
las obras de Dios yazgan tranquilas.
Morderé,
de la llamada biblioteca,
la
fruta idónea, entre apretadas filas,
cuyo
zumo no se agria ni se seca.
El
alma vestiré del recio lino
que
la historia hubo hilado con su rueca.
Y
acaso, cuando el gallo matutino
a
medianoche el aquelarre ahuyente,
iré
a besar con amoroso tino
el
rostro sonrosado y sonriente
del
infante gentil, que hayamos hecho
en
minutos de amor, puro y ardiente.
Después
reclinaré sobre tu pecho
mi
cabeza cansada y cavilosa;
y
será un paraíso nuestro lecho.
Al
otro día, entre la luz brumosa,
veremos
en las flores el rocío,
y
en la tierra estará como una rosa
recién
nacida. Yo diré: Dios mío,
que
no nos huya nunca tanto bien.
Y
al yo besarte, me dirá: Amén.
¿No
notáis, al leerlo, el perfume de esos poemas de Marcial en que alababa su
tierra bilbilitana? ¿No recordáis aquel aplauso de palomas desde las blancas
torres?; ¿ no recordáis ese final maravilloso de gaudebis minus et minus dolebis? A mí me emociona este poemilla
profundamente y con esa emoción os lo regalo.
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