Cuando yo era pequeño, mi gran héroe de los tebeos
era Pumby, un simpático gato que corría numerosas aventuras en compañía de sus
amigos. Se vendía semanalmente y el quiosco de la calle Martínez Campos, cerca
ya de la plaza de Emilio Castelar, en donde me compraban habitualmente los
tebeos, para mí era la casa de los Pumbys. Creo que cada mes se publicaba un
especial encuadernado en cartoné que incluía varias historietas y que yo me
devoraba especialmente cuando estaba enfermo y cuando, por la tarde, mi abuelo
me traía un Madelman antes de que llamaran a la puerta y apareciera la srta.
Pilar, aquella buena mujer que tenía como oficio el que para mí era el más
terrible y mortificante: practicanta. En aquellos días largos de fiebre y migas
en la cama, Pumby fue mi gran amigo. Ya no tengo ninguno en casa, pero su
recuerdo está tan cercano y tan vivo que recuerdo el título de un especial: ¡Viajeros al tren! que era mi favorito. Me
hubiera gustado decirle al padre de Pumby, José Sanchís, el dibujante valenciano
que falleció en el 2011, que siempre seguí sus cómics hasta que ya me hice
mayor y le dejé en mala hora. Confieso que ya no leo nada de cómics, pero en
aquellos años de la infancia, con aquellos días largos en los que había tiempo
para todo, Pumby ocupó mis días de
colegio y de tardes en casa. ¡Gracias, Pumby!
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