Nacido, probablemente, en 1855,
Ricardo Gil es un poeta que ha sufrido el olvido más despiadado. Está el pobre
poeta a caballo y sirviendo de puente entre los románticos Zorrilla o Núñez de
Arce y el modernismo y en su obra se aprecian algunos aromas de Bécquer, pero
la etiqueta con la que se le conoce ( lo poco que se le conoce) es la de “un
poeta de transición y precursor del Modernismo, un poco a la manera de Salvador
Rueda o Manuel Reina, tal y como lo recoge Luis Cernuda en un estudio. Cierto es que voces como la de Cossío, el
señor de Cabuérniga, Luna Guillén o Díez de Revenga hablaron en su favor, pero
de nada sirvió. Yace Ricardo Gil bajo el polvo cruel de las bibliotecas. He
tenido la fortuna de leer dos libros suyos: La
caja de música y De los quince a los
treinta y quiero dejaros aquí una pequeña muestra de su saber poético. Don
Ricardo gustaba de combinaciones métricas muy al estilo modernista y sus versos
están llenos de musicalidad justo lo contrario de la poesía actual.
Amar
al Ser Altísimo es orar.
Amar
a nuestros padres es cumplir.
Amar
a nuestro prójimo es sembrar.
Amar
a las mujeres es mentir.
Amar
a una mujer, eso es amar.