Siempre
fui mi ilusión verlo dirigir. Porque en aquellos años ochenta era director en
Berlin y luego lo fue en Cincinnati; porque había dirigido para Philips una “Lucia”
maravillosa con un Carreras y una Caballé cuasi divinos y un Vicente Sardinero
glorioso. Siempre fue mi versión de la Lucia di Lamermoor, con ese coro
maravilloso, anticipo del coro de esclavos del Nabucco de Verdi y en el que don
Jesús supo darle “el punto” que no se oye en otras grabaciones. Además, me sentí todavía más afín a él cuando supe,
por medio de Juan Pascual, un compañero de
trabajo castellonense que profesaba allá en Majadahonda, que había sido
compañero suyo en la Facultad de Filosofía y Letras en donde mi compañero había
hecho Hispánicas y don Jesús se había licenciado (no graduado como dicen ahora
en sus biografías) en eso que se llamaba Filosofía pura. Mi atracción se
multiplicó cuando supe que era toresano como mi abuela María, que él también
había visto la curva del río, la colegiata y el arco del sagrado Corazón durante
su infancia. Y hasta lo defendí cuando algún indocumentado lo confundía con
Luis Cobos, ese caballero del pelo largo que conoció las mieles del triunfo “arreglando”
zarzuelas y pasodobles. Sentí pena cuando supe que había muerto su mujer y lo
imaginé aliviando su dolor con Mahler, allá en mi querido Berlín. Se llama
(como ya habrán podido imaginar) Jesús López Cobos y ahora tengo la suerte de
verlo dirigir la OSCyL bastantes días al año. Los sueños y las ilusiones, a
veces, se cumplen y, en esta ocasión, se han cumplido con creces. ¡Gracias,
maestro!
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