Desde hace muchos años, me
deleito con la poesía de Francisco de Aldana, ese militar al que tampoco la lanza
embotó la pluma. En mi segundo año docente, en ese colegio frío y desangelado
que tienen los Escolapios en Getafe, recuerdo que les hablaba a los chicos de
1º de BUP de Aldana y ellos me decían que se llamaba como un jugador del
Deportivo. Era una manera de que acordaran de él y que leyeran algún poema
suyo. Francisco de Aldana era un grande poeta de esos que, por misterios
insondables, aparecen en letra pequeña en los libros de texto. Colega de
Garcilaso en cuestiones marciales, es Aldana un fino poeta de elegante
escritura. Os dejo, como siempre, un poema que es la mejor manera de probar de
su miel.
Mil veces callo, que romper deseo
el cielo a gritos, y otras tantas tiento
dar a mi lengua voz y movimiento,
que en silencio mortal yacer la veo.
Anda cual velocísimo correo
por dentro el alma el suelto pensamiento,
con alto, y de dolor, lloroso acento,
casi en sombra de muerte un nuevo Orfeo.
No halla la memoria o la esperanza
rastro de imagen dulce y deleitable
con que la voluntad viva segura.
Cuanto en mí hallo es maldición que alcanza,
muerte que tarda, llanto inconsolable,
desdén del cielo, error de la ventura.
el cielo a gritos, y otras tantas tiento
dar a mi lengua voz y movimiento,
que en silencio mortal yacer la veo.
Anda cual velocísimo correo
por dentro el alma el suelto pensamiento,
con alto, y de dolor, lloroso acento,
casi en sombra de muerte un nuevo Orfeo.
No halla la memoria o la esperanza
rastro de imagen dulce y deleitable
con que la voluntad viva segura.
Cuanto en mí hallo es maldición que alcanza,
muerte que tarda, llanto inconsolable,
desdén del cielo, error de la ventura.
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