Si el mes pasado era Peñas arriba, este mes de febrero será La ciudad y las sierras de Eça de Queiroz, el gran escritor
portugués, el Cervantes luso. Ambas novelas son magníficas y tratan, mutatis
mutandis, de un “menosprecio de corte y alabanza de aldea” como diría mi
muy admirado fray Antonio de Guevara, aquél que llegó a ser obispo de Mondoñedo.
Sin embargo, hay también entre ellas importantes diferencias que me gustaría
destacar.
En la
novela de Pereda, Celso, el protagonista, llega a Reinosa y nada sabemos de
cómo era su casa madrileña; Jacinto, el protagonista de Eça, nos está enseñando su casa y sus fiestas
parisinas hasta el capítulo ocho (justo la mitad de la novela) en que se
traslada a Tormes. Por tanto, Eça usa ocho capítulos para pintarnos cómo vivía
Jacinto en París y contraponer a esa vida de fiestas, lujos y oropeles ( que le
acababa cansando y provocando un profundo spleen)
la vida reposada de la aldea que le acabará dando a Jacinto la vida que le robaba la ciudad del Sena. No
así en Pereda pues casi nada conocemos de la casa madrileña de Celso y tan sólo
la “veremos de pasada”, cuando el protagonista regrese a Madrid para “quemar
sus naves”, pero ya hacia el final de la novela.
Una
segunda diferencia importante que veo es que don José María pinta el mundo
idílico de la aldea en donde, gobernada por el patriarca por medio del justo
sistema político que representa, se desconoce la miseria y todos los habitantes
de Tablanca viven en una especie de paraíso terrenal en el que el hambre y la
miseria están ausentes. No así en la obra de Eça en donde Jacinto ve la pobreza
y la remedia. Cuando le preguntan que cuál es su idea política, dice que es
socialista porque quiere curar la pobreza de los aldeanos. Por tanto, Eça
reconoce las imperfecciones del sistema político y el mismo Grillo, el criado
negro, le habla a su amo de la gran miseria que hay en Portugal frente a la
vida francesa. No existe un mundo idílico en Tormes como sí que existía en la
Tablanca de Pereda.
Una
tercera diferencia es que Eça caricaturiza exagerando las fiestas y los
jolgorios parisinos y Pereda no lo hace con la figura de Celso del que tan sólo
sabemos que era un urbanita madrileño que viaja a ver a su tío Celso. Suponemos
sus fiestas madrileñas, sabemos de su asistencia a teatros, pero de pasada, sin
que Pereda se meta a describirlos como sí hace Eça, que nos pinta la vida
parisina al detalle. Eso, a mi modo de ver, hace muchos más fuerte el contraste
entre la “ciudad y las sierras” en la obra del portugués que en la obra del
montañés.
Una cuarta
diferencia que encuentro es la crítica que hace Eçá al mundo tecnológico que ya
estaba presente a mediados del XIX y que, a finales, estaba llegando a su
apogeo con las Exposiciones Universales. Eça de Queroz caricaturiza los
ridículos inventos que compraba Jacinto en París y que, lejos de hacerle la
vida más fácil, se la complicaban. Pereda no habla de estos inventos quizás
porque Madrid no era ( ni es) París.
Una
quinta diferencia es que Celso no tiene un amigo del alma como tiene Jacinto en
la persona de Fernández, paisano de las sierras que vive en parís. El Celso
perediano, que se acaba casando como Jacinto con una rolliza moza de la aldea,
no tiene este alter ego al que comunicar
sus cuitas, si bien es cierto que el tío Celso lo haría innecesario. Tanto
Fernández como el tío Celso son grandes amantes de la vida natural y acaban de
alguna manera contagiando su gusto a los muy civilizados amigo y sobrino.
Así
las cosas, el “menosprecio” de Jacinto es más “doloroso” que el de Celso aun
teniendo en cuenta el spleen que lo
amargaba. Es capaz el joven parisino, nieto de portugueses de arrancarse de esa
vida de falsas y reales comodidades para entregarse sin rebozo a la aldea y,
sin embargo, Celso, en su menosprecio, parece dejar menos atrás: quizás un piso
de soltero en la calle de Hortaleza en pleno centro de Madrid, pero nunca el
palacete en el que había nacido Jacinto.
En
fin, tras estas modestas aportaciones para una mejor lectura de ambas novelas, deciros
que la lectura la he hecho en castellano, en la magnífica traducción de
Marquina que tan sólo tiene un fallo: traducir milho por mijo y no por maíz. Por lo demás, traslada de manera
fantástica el estilo del portugués a la lengua de Cervantes.
Una
muy buena novela esta de Eça de Queiroz que os recomiendo que leáis.
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