Odiseas
Elitis es un poeta griego como se puede adivinar con un poco o nada de
perspicacia. Allá por los años ochenta del siglo pasado, obtuvo el Premio Nobel
y se hizo conocido en todo el mundo. Elitis es uno más de esa enorme pléyade de
poetas griegos que cubren el final del siglo XIX y el XX y cuyos nombres son
deslumbrantes: Kavafis, Ritsos, Seferis, Nicéforo Vrettakos o la actual Kiki
Dimulá. Recuerdo que, cuando apareció
esta antología de su obra en Akal, yo me subí andando la cuesta de General Oraa
y entré en Pérgamo, la librería de mi infancia, y le dije a Lourdes, la dueña, que quería un
libro de ese escritor griego al que le habían dado el Nobel. Cuando me lo dio,
le dije: “Bueno no hablará más que de sol, cabras e higos”. Ella me dijo: “Normal
en un griego!” Y es que un servidor por aquellos entones era un adolescente al
que le gustaba llamar la atención y quedar como poeta y enterado; más claro,
era ya un poco friki.
Pese
a la aventurada e injusta opinión de aquel chaval sabihondo, Elitis es algo más
que sol, cabras e higos. Ahora que lo he leído a fondo os lo puedo asegurar y
sobre todo cuando ya no tengo que impresionar a nadie con mis opiniones.
Con la primera gota de lluvia murió el verano
Se empaparon las palabras que dieron a luz brillo de estrellas Todas las palabras que te tenían como único destino Hacia dónde tenderemos nuestras manos ahora que el tiempo nos ignora Hacia dónde lanzaremos la mirada ahora que las líneas lejanas naufragaron en Las nubes Ahora que tus párpados se cerraron sobre nuestros paisajes Y estamos -como si la niebla nos hubiera traspasado- solos, completamente solos Rodeados de tus imágenes muertas. Con la frente en el cristal velamos el nuevo dolor No será la muerte quien nos venza puesto que existes tú Habrá un viento en otro sitio que te haga vivir plena Que te vista de cerca como te viste de lejos nuestra esperanza Ya que hay otro sitio Una pradera de intenso verde más allá de tu risa cercana al sol, A quien le digo en confianza, que volveremos a vernos No encontraremos a la muerte, sino una gotita de lluvia otoñal Un sentimiento empañado El olor de la tierra del sur en nuestras almas Que cada vez se alejan más. Y si tu mano no está en nuestra mano Y si nuestra sangre no está en las venas de tus sueños Ni la luz en el cielo nítido Ni la música invisible en nuestro interior, oh pasajera melancólica, De cuantos nos retienen aún en el mundo Es el aire húmedo, la hora del otoño, la separación La superficie lacerante para el codo en el recuerdo Que brota cuando la noche intenta separarnos de la luz Tras la ventana cuadrada que ve hacia el dolor Que no ve nada Porque se volvió música, llama invisible, campana del gran reloj de pared Porque se hizo ya, Verso de un poema en otro verso de sonido paralelo Al de la lluvia y las lágrimas y las palabras Pero no como aquellas palabras, sino como éstas, cuyo destino único eres tú. |
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