En la
vida hay historias que llevas oyendo desde pequeño, pero que llega alguien, te
las vuelve a contar y te parecen nueva. Algo parecido me ha ocurrido con José y sus hermanos, la gran novela en
cuatro tomos de Thomas Mann. La empecé a leer en Palencia y la he terminado de
leer en estos primeros días de enero. La razón de tanta demora entre el tomo
tercero y el cuarto ha sido que, primero, no se publicaba y, cuando se publicó
y Miguel, el librero de Sandoval, me la trajo, yo andaba por otras lecturas y,
a lo tonto, puede que se me pasaran dos o tres años. Pero, al leerla ahora, el
gozo ha sido fantástico. Te da pena llegar al final y que se acabe el libro y
quisieras que Mann te siguiera contando más historias. Vamos, que hasta le pedirías, si viviera , que
reescribiera la Biblia. Y es que don Thomas echó el resto en esta magna obra y
la llenó de una prosa tan hermosa que, para mí, supera a su obra más conocida y
para mí no de las mejores que escribió, La
montaña mágica. José el proveedor comienza con José en la cárcel por culpa
de la mujer de Putifar - ya sabéis, la mujer que mediante cartas o de palabra
acusa ante su marido al casto sirviente de que la pretende y que en la
mitología clásica tiene su pareja en Belerofontes y la Estenebea, la mujer de
Preto- y nos va llevando al despacio, con una literatura propia de un maestro
de la narración hasta el José mano derecha de faraón, un José en majestad, que,
al contrario que Edipo, no tendrá su ruina. Hay momentos maravillosos como el
encuentro entre los hermanos, el de José con Jacob o el discurso fúnebre de
bendición del ya anciano patriarca. Casi quinientas páginas de una literatura
excelsa, que raya en el milagro, que deja el listón muy alto en ese cajón de sastre
lleno de inmundicias que es la “novela histórica”. Mann era Mann, era el hombre
que hablaba de la música de Wagner, que fue uno de los referentes culturales
del siglo XX y cuya luz llegará por siempre para los aficionados a la buena
literatura. Para los otros, siempre os quedará el Posteguillo.
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