domingo, 30 de junio de 2019

EL CANCIONERO DE INZENGA


El otro día, hablábamos de Inzenga cuando nos referíamos a Rimsky Korsakov y su “Capricho español”. Pero ¿quién fue este músico que se dedicó a escribir este cancionero que llegó hasta las manos de Rimsky Korsakov. Pues fue un músico madrileño que nació en 1828 y que había tenido el buen gusto de marcharse a estudiar a París en donde llegó a ser maestro auxiliar de coros en la ópera Comica. De regreso a España, Inzenga estrenó zarzuelas de gran éxito. Antecesor de mi querido Luis Celada, fue profesor en la Escuela Superior de Canto de Madrid. Sin embargo, su gran obra fue ponerse a recopilar el folklore español. Estamos en pleno romanticismo- en España,  como siempre, en fecha más tardía-,  y la voz de los hermanos Grimm y otros afamado filólogos resuenan con claridad: “Hay que recoger las canciones y melodías del pueblo”; También Fernán Caballero defiende esta recolección y denuncia que “ en todos los países cultos se han apreciado y conservado no sólo los cantos, sino los cuentos, consejas, leyendas y tradiciones populares e infantiles; en todos menos en el nuestro”. Inzenga se toma muy en serio lo de recoger la tradición y crea en España el trabajo de campo, es decir, el ir por oos pueblos recogiendo canciones, romances y cuentos populares. Por este camino transitarían autores como Pedrell y fuera de España, Bela Bartok o Kodaly.   El  libro de Inzenga Cantos populares de España fue, si no me equivoco, la primera notación que se hizo en estas tierras del rico folklore con el que se deleitaba el pueblo. Famosísimo fue, dentro de  este libro el capítulo que el autor dedicó a Galicia cuyos temas aún son pieza obligada ara las agrupaciones de gaita como es el caso de la Alborada de Inzenga que fue la que escuchó ( o leyó, no vamos a entrar en polémicas porque el calor de esta mañana de junio es africano y tórrido) el marino ruso de marras. Luego ya vienen Barbieri, Felipe Pedrell, Federico Olmeda, Antonio José, Agapito Marazuela y hasta los chavales que, por los sesenta y setenta del pasado siglo, salían, “cassette en mano” a recoger el folklore y para luego, con pequeños arreglos, devolvérselo al pueblo. Sin embargo el que dio primero fue Inzenga y ya sabéis que el que da primero da dos veces. Habría que decir que esta fiebre por el folklore de los años sesenta y setenta tuvo en España a un padre que fue Joaquín Díaz, el gran etnógrafo zamorano,  que sí que había leído el cancionero de Inzenfga . Pero es que don Joaquín merece, por lo menos, una entrada aparte. Al menos por los muchos años que lo llevo escuchando.


sábado, 29 de junio de 2019

"IL DIVINO BOEMIO" Y MOZART EN BOLONIA


Quiero hablaros hoy de un músico de esos que están en un segundo plano como esas montañas que, sin ser los picos más altos de una región, nos guardan paisajes inolvidables. Este músico,  de nombre Josef Myslivecek, nació en Praga un 9 de marzo de 1737. Era, por tanto, casi veinte años mayor que Mozart que no nacería hasta 1756. Hijo de un molinero, estudio con su hermano en un colegio de jesuitas en donde aprendió a leer y a calcular, actividades necesarias para un buen molinero, pero también canto y violín en donde el pequeño Josef destacó muy pronto. Los jesuitas vieron enseguida que el hijo del molinero tocaba muy bien  y le animaron a seguir por ese camino. En 1762, estrenaba en Praga seis sinfonías con un éxito tal que Josef pensó en dedicarse para siempre a la música y dejar la rueda del molino para mejor ocasión. Con una beca del conde Waldstein, parte para Venecia y decide quedarse en Italia para siempre. Tuvo éxitos memorables con sus óperas y en varias de ellas contó, con, ni más ni menos, que con Pietro di Metastasio como libretista. Los italianos lo adoptaron y lo rebautizaron como Giussepe Venatorini, que debe ser la traducción al italiano de su apellido;  pero no contentos con eso y,  por si fuera poco,  le pusieron el  sobrenombre con el que sería conocido en toda Europa: il divino boemio. Martín Llade, el gran donostiarra, nos ha contado el otro día que murió pobre, enfermo y desfigurado por la sífilis aunque otras fuentes, más piadosas con el artista, achacan la mutilación a un accidente que tuvo camino de Múnich invitado por el Príncipe Elector del Palatinado, a la sazón Maximiliano I. Sin embargo, hay algo en la vida del bohemio que no quisiera dejaros de contar.

         Estamos en Bolonia en 1770,  con un Mozart de catorce años y un Myslivecek de treinta y tres que ya había estrenado con gran éxito IL Bellerofonte.  El bohemio era ya miembro de la Academia Filarmónica y el joven Mozart no tuvo sino palabras de elogio para el compositor: “Rebosa vida, fuego y espíritu”. No se podía decir mejor, don Wolfgang.


EL CONDE SISEBUTO



Este romance lleno de gracia y que, de alguna manera, anticipa a La venganza de don Mendo,  me  lo solía recitar a trozos el nunca muy ponderado José González Folliot. Pepín se lo había aprendido en el colegio en la segunda década del siglo XX. Folliot, que era madrileño castizo de la plaza de Santa Ana, pero cuyos padres etran berciano y francesa de Burdeos, lo recitaba con la misma gracia que recitaba el “Don Mendo” y era un placer escucharlo con su zuma y su gracejo. Lo que no me contó nunca Pepín, quizás porque no lo sabía, era que su autor había sido don Joaquín Abati y Díaz, prolífico autor de comedias y de libretos de zarzuelas entre las que destaca con luz propia El asombro de Damasco con música  del maestro Pablo Luna. Abati - que era madrileño y que estudió en el Instituto San Isidro-, cursó Derecho, pero nunca ejerció de abogado. Curiosamente, escribió un libro para los opositores, Temas de Derecho Adminitrativo,  que ha ayudado a sacar las oposiciones a varias generaciones de españoles, pero con el que su autor nunca sacó ninguna. Fue colaborador con Antonio Paso y con Carlos Arniches, conocidos comediógrafos de principios del siglo pasado.  El texto está lleno de sentido del humor y se pasa un ratillo agradable con sus ripios. Eran tiempos aquellos en que la poesía era muy habitual entre todas las clases sociales y así no era raro que los novios se escribieran cartas en verso. Os dejo este juguetillo poético para que paséis un buen rato y os olvidéis de la ola de calor africana que arrasa por estas fechas nuestro país. Ya veis, el otro día vino hasta este blog el conde Belisario y hoy el Conde Sisebuto. La vida es así. Por cierto, que el hecho de que apareciera Marmolejo, villa de Jaén famosa por su balneario, se debe a que el escritor tomaba las aguas en esta estación termal tal y como hacían muchos españoles de la época.

 

EL CONDE SISEBUTO

A cuatro leguas de Pinto
y a treinta de Marmolejo,
existe un castillo viejo
que edificó Chindasvinto.

Perteneció a un gran señor
algo feudal y algo bruto;
se llamaba Sisebuto,
y su esposa, Leonor,

y Cunegunda, su hermana,
y su madre, Berenguela,
y una prima de su abuela
atendía por Mariana.

Su cuñado, Vitelio,
y Cleopatra, su tía,
y su nieta, Rosalía,
y el hijo mayor, Rogelio.

Era una noche de invierno,
noche cruda y tenebrosa,
noche sombría, espantosa,
noche atroz, noche de infierno,

noche fría, noche helada,
noche triste, noche oscura,
noche llena de amargura,
noche infausta, noche airada.

En el gótico salón,
dormitaba Sisebuto,
y un lebrel seco y enjuto
roncaba en el portalón.

Con quejido lastimero
el viento fuera silbaba,
e imponente se escuchaba
el ruido del aguacero.

Cabalgando en un corcel
de color verde botella,
raudo como una centella
llega al castillo un doncel.

Empapada trae la ropa
por efecto de las aguas,
¡como no lleva paraguas
viene el pobre hecho una sopa!

Salta el foso, llega al muro,
la poterna está cerrada.
-¡Me ha dado mico mi amada!
-exclama-. ¡Vaya un apuro!

De pronto, algo que resbala
siente sobre su cabeza,
extiende el brazo, y tropieza
¡con la cuerda de una escala!

-¡Ah!…-dice con fiero acento.
-¡Ah!…-vuelve a decir gozoso.
-¡Ah!…-repite venturoso.
-¡Ah!…-otra vez, y así, hasta ciento.

Trepa que trepa que trepa,
sube que sube que sube,
en brazos cae de un querube,
la hija del Conde, la Pepa.

En lujoso camerín
introduce a su amado,
y al notar que está mojado
le seca bien con serrín.

-Lisardo,…mi bien, mi anhelo,
único ser que yo adoro,
el de los cabellos de oro,
el de la nariz de cielo,

¿qué sientes, dí, dueño mío?
¿no sientes nada a mi lado?
¿qué sientes, Lisardo amado?
Y él responde:-Siento frío.

Frío has dicho? eso me espanta.
¿Frío has dicho? eso me inquieta.
No llevarás camiseta
¿verdad?… pues toma esta manta.

-Ahora hablemos del cariño
que nuestras almas disloca.
Yo te amo como una loca.
-Yo te adoro como un niño.

-Mi pasión raya en locura,
si no me quieres me mato.
-La mía es un arrebato,
si me olvidas, me hago cura.

-¿Cura tú? ¡por Dios bendito!
No repitas esas frases,
¡en jamás de los jamases!
¡Pues estaría bonito!

Hija soy de Sisebuto
desde mi más tierna infancia,
y aunque es mucha mi arrogancia,
y aunque es un padre muy bruto,

y aunque temo sus furores,
y aunque sé a lo que me expongo,
huyamos…vamos al Congo,
a ocultar nuestros amores.

-Bien dicho, bien has hablado,
huyamos aunque se enojen,
y si algún día nos cojen,
¡que nos quiten lo bailado!

En esto, un ronco ladrido
retumba potente y fiero.
-¿Oyes?-dice el caballero-,
es el perro que me ha olido.

Se abre una puerta excusada
y, cual terrible huracán,
entra un hombre.., luego un can…,
luego nadie…, luego nada…

-¡Hija infame!-ruge el Conde.
¿Qué haces con este señor?
¿Dónde has dejado mi honor?
¿Dónde?¿dónde?¿dónde?¿dónde?

Y tú, cobarde villano,
antipático, repara,
como señalo tu cara
con los dedos de mi mano.

Después, sacando un puñal,
de un solo golpe certero
le enterró el cortante acero
junto a la espina dorsal.

El joven, naturalmente,
murió como un conejo.
Ella frunció el entrecejo
y enloqueció de repente.

También quedó el conde loco
de resultas del espanto,
y el perro…no llegó a tanto,
pero le faltó muy poco.

desde aquel día de horror
nada se volvió a saber
del conde, de su mujer,
la llamada Leonor,

de Cunegunda su hermana,
de su madre Berenguela,
de la prima de su abuela
que atendía por Mariana,

de su cuñado Vitelio,
de Cleopatra su tía,
de su nieta Rosalía
ni de su chico Rogelio.

Y aquí acaba la la leyenda
verídica, interesante,
romántica, fulminante,
estremecedora, horrenda,

que de aquel castillo viejo
entenebrece el recinto,
a cuatro leguas de Pinto
y a treinta de Marmolejo.

 

FANNY GARRIDO


Francisca González Garrido nació en La Coruña en 1846. Su nombre como escritora fue Fanny Garrido y, aunque de muy escasa producción, su obra tiene una gran importancia en la literatura gallega. Algunos años más joven que Rosalía de Castro, Fanny luchó con su escritura en un mundo de hombres y estuvo casada con Marcial del Adalid, el gran músico coruñés del que hemos hablado ha poco. Su marido musicó muchas de sus canciones con el buen gusto habitual de este gran seguidor de Chopin. Cuando murió Marcial del Adalid, Fanny tenía tan sólo treinta y cinco años y contrajo segundas nupcias con el químico lucense José Rodríguez Mourelos. Muchas de sus obras están firmadas como Eulalia de Liáns, que era el nombre del pazo familiar. Tradujo a Heine y a Goethe y publicó Escaramuzas 1885; La madre de Paco Pardo 1898 y Batallas que, a la fecha de hoy, sigue inédita. Murió en el pazo de Liáns en 1917.


         Tan sólo he podio encontrar este poema que fue musicado por Marcial del Adalid. Sin embargo, con tan sólo este ejemplo., podemos hacernos una idea de la sensibilidad de esta poeta gallega del siglo XIX. Por cierto, el poema está con la puntuación, signos ortográficos y transcripción de sonidos que distan en algunas ocasiones del gallego actual. Por ejemplo n’o porto por no porto; o en el plano fonético, fugiron por fuxiron.

 

A bordo

Ti sentada mirabas por enriba da borda
As casas que n´o porto chegaban astr´o mare
Cubria a noite a terra e soyos no máis alto
Tres albres somellaban
Tres albres somellaban pantasmas c´o luar.

Na túa yalma reñíase a loita derradeira
Antr´o novo deseyo
Antr´o vello terrore eu cá vista cravada
N´a tua cabeza
Enchía sin falarte
Enchía sin falarte
O teu peito d´amor.

Ao fin teus ollos levantaste con medo
Teu mirar veu fundirse n´a fogueira do meu
Destonces nosas almas por sempre se prenderon
E pra sempre fugiron
E pra sempre fugiron mon sosego e o teu.

 

 


domingo, 23 de junio de 2019

MARCIAL DEL ADALID


Nace Marcial del Adalid en La Coruña en el año 1826. Diez años antes, en Polonia, había nacido Chopin, el gran referente para este gran compositor gallego. Cuando tenía dieciocho años, Marcial se marchó a París por ver si podía estudiar con Chopin, pero no fue posible. Marchó para Londres en donde si bien no encontró al gran músico polaco, sí que encontró a Ignaz Moscheles, músico bohemio, amigo de Mendelssohn y discípulo de Beethoven. Mucho aprendió con él el coruñés y, no contento con este aprendizaje, se volvió a París en donde parece, pero no se sabe con certeza que recibió lecciones del propio Franz Liszt, el pianista más famoso de la época., el que las multitudes se disputaban. Regresó a España y se estableció en Madrid en donde escribió una ópera, Inese e Bianca, con libreto en italiano de Achille de Lauzières; con su ópera debajo del brazo, regresó a París en donde intentó estrenarla sin éxito. Se volvió a su pazo de Lóngora, en Oleiros, (La Coruña) y allí, muy apartado del mundo musical, Marcial del Adalid se dedicó a la música dejándonos una obra de gran delicadeza que bebe de Chopin, pero que no lo imita. De su pluma salieron Baladas, Impromptus, Nocturnos, Scherzzos y Veinticinco  poemas gallegos en los que puso música a poemas de su mujer, Fanny Garrido,  de la que hablaremos en entrada aparte porque esta poetisa gallega muy poco conocida se lo merece con creces. Murió en su pazo de Lóngora con tan sólo cincuenta y cinco años,  en 1881. El pianista de Villaviciosa de Odón, Mario Prisuelos,  le ha dedicado un disco fabuloso entre cuyos temas os propongo escuchar su Lamento, una balada pata piano hermosísima que demuestra la gran calidad del músico gallego. Si queréis oír a Mario Prisuelos, podéis pinchar en este enlace.



https://www.youtube.com/watch?v=Gt5nm9EIohs

sábado, 22 de junio de 2019

EL CONDE BELISARIO Y LAS GRANADAS DE BOECILLO



A mí, el nombre de Belisario me sonaba mucho porque, en Boecillo, hay un señor que cultiva unas granadas en su huerto y tiene tan bizantino nombre. Cuando ya estudié la historia del Imperio Romano de Oriente comprobé con sorpresa que el señor Belisario se llamaba como ese gran general de Justiniano y, cuando he leído El conde Belisario, de Robert Graves, entonces he sabido muchas más cosas sobre este gran militar y mejor ser humano. Graves nos presenta un Belisario que nos recuerda continuamente al Cid: ¡qué buen vasallo si tuviera buen señor! Todo lo que hace lo hace por su Emperador y éste, en uno de los ejemplos de envidia y desagradecimiento más palmarios de la historia, se lo paga con la peor moneda. Belisario sufrió,  por las mentiras de los correveidiles de palacio, prisión y destierro; y, por si esto fuera poco, hasta le cegaron y, como mendigo, tuvo que salir a mendigar por las calles de Constantinopla para vergüenza de “su Emperador”. Es este lamento que recoge el gran pintor francés Louis David: el mejor general de Justiniano pidiendo limosna por las calles. Por muchos perdones que el gobernante bizantino le concediera “graciosamente” a Belisario, creo que se llevó a la tumba su odio absolutamente injustificado por tan grande general.

         Si le sirve a usted de consuelo, Conde Belisario, le diré que un tocayo suyo en Boecillo tiene unas granadas que en los otoños se llenan de perlas para honrar la memoria de tan gran militar y de tan íntegra y buena persona.

LAS MÁXIMAS MÍNIMAS DE JARDIEL PONCELA Y EL TALIBÁN QUE NOS HABITA



He terminado de leer el otro día las Máximas mínimas de Jardiel, una colección de aforismos con los que te desternillas de risa. Sin embargo, una sombra me ha sobrevolado mientras los leía: la sombra de lo políticamente correcto. Pensaba que,  si estos aforismos de Jardiel se publicaran hoy, sería imposible que pasaran la férrea censura que padecemos. Está bien que una sociedad crezca en estadios morales (Kolberg dixit, pero en estos últimos años el sentido del humor se ha ido perdiendo. Estoy de acuerdo con que un humor que escarnece no es humor, sino crueldad y que, en el pasado, en algunas ocasiones, algunos chistes se “pasaban de rosca”. Sin embargo, del chiste ofensivo (que no eran muchos) al férreo sistema de censura que padecemos media un abismo. Sin ir más lejos, el otro día, al poner un tema de Académica Palanca, “Me llaman mala persona”, el que hacía los comentarios dijo que “ era una canción que alababa la violencia de género”. Pero vamos a ver, por favor, que se trata de una broma, de un fulano al que han metido en la cárcel por matar a su mujer, pero que el crimen es tan exagerado y tan absurdo - estamos en el mundo del humor -, que pierde todo su valor “nocivo”. También no ha mucho he visto a José María Yuste, Chema Yuste de Martes y Trece, defender algunos sketchs de sus programas en donde se trataba de homosexuales que jamás protestaron ni protestarán por esos programas. También Arévalo, el humorista de las gasolineras, tenía chistes sobre mariquitas y jamás ningún mariquita le denunció. Sobre esto,  recuerdo a Rafael Conde, El Titi, el impagable cantante valenciano, pero nacido en Toledo que decía con mucha gracia: “Hay que joderse, toda la vida siendo maricón para que ahora me llamen gay”

         Nos falta humor, encaje, sentido de la broma. Llevamos dentro de nosotros un talibán, un censor, un familiar de la Santa Inquisición dispuestos a denunciar a quien se pase una micra de los políticamente correcto que lo suelen decidir los que son políticamente muy incorrectos.

         Pues al loro, don Enrique, que cualquier día le dan un disgusto del que no le salva ni ese Dios que fumaba Muratti y que se hizo una tournée como un guiri cualquiera, por esta España de nuestros pecados.

GEORG SOLTI


 

         Don Georg Solti era húngaro y formó parte de aquella generación de directores cuya personalidad irradiaba desde el podio hasta no sólo el patio de butacas, sino hasta la última localidad del “gallinero”. Cuando Selz, Argenta, Celibidache, Berstein, Giulini, Solti o el propio Karajan, con ese tupe que Dios le dio y que él se conservó, dirigían,  se hacía un silencio, no de media hora, como en el Apocalipsis de San Juan, sino de varios días. Fueron una generación de directores de los que nunca, un buen aficionado a la música, se podrá olvidar.

Solti, nacido György Stern, había nacido en la capital de Hungría en 1912. Su familia era judía y el padre decidió con buen criterio cambiar el nombre a su hijo y germanizarlo: Georg. Después, le añadió, en lugar de Stern, que señalaba su origen judío, el nombre de una aldea húngara: Solti. Sin querer, don Móricz Stern le acababa imponer a su hijo el nombre artístico con el que sería conocido.   En Budapest estudió  con Ernö Dohnányi y los renovadores Zoltan Kodaly y Bela Bartok. Un día, Georg, viendo dirigir a Erich Kleiber, tomó la decisión de ser director de orquesta.  No obstante, era un gran pianista del que se conservan grabaciones tocando solo o con otros acompañantes como Georg Kulenkampff y diferentes sonatas para violín de Brahms o Mozart . Solti fue un  director muy querido en Londres, no mucho al principio pues venía con la manera de hacer de Múnich, pero sí cuando los londinenses se acabaron dando cuenta de que estaban ante un gran músico. Al final, la misma reina Isabel le acabó concediendo la Real Orden del Imperio Británico y, desde entonces, Solti fue Sir Georg Solti.  También fue el gran director de la OSC, la Orquesta Sinfónica de Chicago cuyas grabaciones son absolutamente imprescindibles.

         Solti se nos fue en 1997, mientras descansaba en su casa de Antibes, viviendo de tal manera que la muerte fuera una injusticia (como dijo Camus).

 

Por desgracia, de toda esta pléyade de maravillosos directores, tan sólo alcancé a ver a Solti. Fue una tarde en Madrid y tocó la octava de Beethoven y otras dos piezas que no recuerdo ahora y tampoco ha lugar a que me ponga a tirar de archivo. Aquella tarde noche, Solti nos tocó de propina la Egmont de Beethoven y todavía recuerdo cómo sonaron aquellas trompetas en un pasaje de la obertura que ensalzaba al héroe de los Países Bajos. Y también recuerdo cómo, don Goerg, nos dijo, - según me tradujo un señor del público versado en lenguas anglosajonas, que, aunque éramos el público más tosedor del mundo, nos iba a dar esa propina. ¡Pues anda que si llega a venir a Valladolid y se sube al podio del Auditorio Miguel Delibes, que últimamente parece un hospital de tuberculosos, me le pega un pasmo!


¡CÓMO CANTAN LOS POETAS ANDALUCES DE AHORA!


Hace ya muchos años, los chicos y chicas de Aguaviva grabaron un disco que se llamaba ¿Qué cantan los poetas andaluces de ahora? que era y es un poema de Rafael Alberti. Este disco fue para mí de culto porque no había “progre” que se preciara que no lo tuviera y un servidor siempre quiso ser progre e imitar a sus mayores. Esta tontería viene a cuento porque la lectura de Rafael Adolfo Téllez con esa Soledad del aguacero y de Alejandro Simón Partal con sus Himnos abdominales, ambos andaluces, me confirman algo que llevo repitiendo desde hace mucho en este humilde blog: que el ser andaluz ya es un grado para ser poeta. Estamos ante dos libros distintos: el de Téllez más “lírico”, más en la poesía del sentimiento (¿acaso hay poesía sin sentimiento?), más de la imagen lírica; el de Simón Partal,  más en la línea de la poesía más joven que se está escribiendo en España hoy que, por cierto, es de un alto voltaje literario. Dos andaluces que escriben muy bien y que me hacen cambiar la pregunta de Aguaviva por una exclamación: ¡Cómo escriben los poetas andaluces de ahora!


lunes, 17 de junio de 2019

EL TXIKITO DE OTXANDIANO


Esta es la historia de un txiquito de Ochandiano que,  a los siete años se fue con sus padres a Medina de Pomar, en Burgos, en donde empezó a estudiar música. Como el txiquito prometía, fue para Burgos y allí estudió en su conservatorio. Cuando le tocó ir al servicio militar, el txikito se las había apañado, sacando unas oposiciones a una banda militar, para ir como músico y en aquella banda coincidió con otros miembros de la Generación del 1951 como Cristóbal Halfter, Manuel Angulo o Ángel Arteaga. El txikito de Otxandiano fue, poco a poco, convirtiéndose en un grandísimo músico y empezó a componer un catálogo envidiable del que voy a extraeros tan sólo varias obras:a partir de 1980:

Variantes combinadas (Música de cámara); Sinfonía número 2.; Galatea, Rocinante y Preciosa; Koankinteto; Variantes combinadas. : Sinfonía número 3. o su Scherzo y Fantasías.

Compuso la música para ochenta y dos películas, pero hay una serie que para una generación de españolitos resulta absolutamente inolvidable: Verano Azul del también vasco, de Lasarte, Antonio Mercero. Bueno pues ya sabéis ahora que el txikito de Otxandiano fue el compositor de esa banda sonora que en ocasiones aflora en las tardes de verano cuando nos creemos que estamos con los chavales de la pandilla cantando con Chanquete. Ya os dejo porque me pongo sentimental.

¡Se me olvidaba! El txiquito de Otxandiano se llamaba Carmelo Bernaola.

 



OTTORINO RESPIGHI O SER FASCISTA SIN SERLO


Hay gente que tiene mala suerte en la vida y que, por mucho que se lo “curre” no llegan ni de lejos a donde otros, que, con un poco más de suerte y con el mismo talento, llegan y triunfan. Fijaos sino en el pobre Respighi que se dedicó a la musicología, que rescató obras de Monteverdi y de autores italianos del XVI y del XVII y que, como compositor, se nos puso a dibujar con música los paisajes de Roma. Tuvo también la fortuna de poner en los atriles los arreglos sobre suites antiguas del XVI, una obra que, si le gustaba al maestro López Cobos, digo yo que por algo sería. Por cierto, os recomiendo esta misma obra, la Suite antiguas, en versión pianística del propio Respighi. Os encantarán y no me daréis las gracias. Sin embargo, este pobre músico italiano tuvo mala suerte pues el Duce, cuando Respighi ya había muerto, se fijó en su música y la usó para potenciar “lo italiano” como Franco hizo en España con otros compositores para realzar “ lo español”. El resultado es que, cada vez que se nombra a Respighi y especialmente cuando los que los nombran son gentes de poca cultura musical que viven  de la frase hecha y del slogan barato, se asocia a don Ottorino con el fascismo italiano. Y de ahí que , cuando uno se lo pone a un amigo, el amigo te espete: “Sí, puede que sea un buen músico, pero colaboró con Mussolini”. Y punto pelota.

         Por favor, quitaos los prejuicios que podáis tener sobre este músico y poneos a escuchar a un gran orquestador y a un gran músico que recibe un trato injusto por lo que quizás nunca fue. Dejad libres los oídos y disfrutad, por favor.

 

EL MARINO RUSO QUE LLEGÓ A FERROL


Un marino ruso llega al puerto de El Ferrol. El marino ruso ya había estado en España allá por 1864 cuando era cadete de la Armada Rusa en el buque “Alma”. Ahora estamos en 1880, ha venido en el “Livadia”, se baja del barco, está unos pocos días y regresa a bordo. Habrá visitado tabernas, habrá escuchado una gaita en alguna romería y a algún paisano entonando un alalá. Poco más. Cuando este marino regresa a su tierra, guiado por la fama de la Sinfonía española de Lalo, se decide escribir un Capriccio Español. Creo que no hace falta que os diga que el marino ruso era Nikolai Rimsky Korsakov, el mejor orquestador del siglo XIX según se repite de boca en boca. En dicha obra aparece, sobre todo, folklore asturiano y una canción andaluza. Vamos por partes.


Los temas asturianos son la Alborada asturiana para gaita y tambor,  la Danza prima asturiana ¡Válgame Señor San Pedro! y el Fandango de Pendueles. Las tres canciones asturianas están recogidas en el Cancionero de Inzenga del que hablaremos en una entrada aparte. Además tenemos un fandango asturiano del que os hablaré unas líenas más abajo por la relación que tiene con una película de Pedro Almodóvar. La canción andaluza es Permita la Virgen pongas tu querer.    Desde entonces, este Capricho español sigue sonando y es, desde luego muy famoso. Se me viene a las mientes la escena de Mujeres al borde de nervios en la que Carmen Maura quema la cama; pues bien, la música que suena pertenece al  Fandango de Pendueles del que ya hemos hablado y que forma parte del Capriccio Este Fandango también proviene del cancionero de Inzenga.

         Que se sepa, el marino ruso ya no volvió a nuestro país y no hizo nunca lo que hizo su compatriota Glinka que sí que recorrió España y fue anotando canciones populares como un Joaquín Díaz cualquiera. Eso sí, el Capricho le quedó precioso y es una gozada escucharlo. Os lo juro.


viernes, 14 de junio de 2019

LA PRINCESA Y LOS FIORDOS



Hace muchos años, tuve la suerte de conocer Covarrubias, en las tierras burgalesas de Mío Cid. Dentro de la colegiata, hay una tumba con una campanita de la que cuenta la tradición que, si una chica se quiere casar, deberá tocar la campanita y un príncipe llegará a su vida. Y toda esta curiosa tradición viene porque la chica que está enterrada es la princesa Cristina de Noruega, a la que mandaron para España a casarse con un hijo del rey Alfonso X “El Sabio”. La muchacha, tras un largo viaje por mar y por tierra, se llegó hasta Soria y, desde Soria,  a Sevilla. A mí siempre me produjo una honda pena esta pobre princesa que murió sin volver a ver las tierras de su norte, de ese norte que también es el mío, de ese norte con el que yo soñaba en mi infancia lejana. Estoy convencido de que Cristina murió de saudade en su jaula de plata del palacio sevillano en el que vivía. Me he decidido a escribirle este poema por si alivio su espera de los crujidos del bosque en primavera.



CRISTINA DE NORUEGA

Nieve y fiordos regresan a mis sueños


frente al viento de fuego que enciende Sevilla.
De nada me valen las altas palmeras,
ni el río que lleva los barcos al mar
si no puedo volver al blanco silencio del bosque.
No quiero esta luz que araña mis ojos
claros y profundos como el remanso de un río.
Sé que pronto moriré añorando los días
de hielos oscuros y auroras ocultas.
Caminante, si es que un día pasas por mi tumba,
peregrino al azar tu alma sin dueño,
en la santa Covarrubias que besa el Arlanza,
recuerda que en ella añora Cristina
los lentos crujidos de la primavera del roble.


martes, 4 de junio de 2019

EL SEÑOR DEL METRO QUE CANTA COMO LOS ÁNGELES




Érase una vez un señor de Olot que trabajaba en las oficinas del Metro de Barcelona. Cuando salía, el señor se iba a dirigir un coro en un conocido colegio de los jesuitas en la Ciudad Condal. El señor cantaba bien, tan bien cantaba que los compañeros de la compañía del Metropolitano el animaron a que se presentara a un concurso de canto. Tenía a la sazón el buen señor treinta y dos años y se decidió por el Francisco Viñas, uno de los mejores concursos de cantos en España. Y el señor del Metro ganó el concurso y como fruto de ese triunfo recibió una beca,   viajó a Salzburgo y estudió en el Mozarteum, el mismo lugar en donde estudiaron mis buenos amigos del alma Luis Celada, der Kapelmeister,  y Carmen Quintanilla. Y en 1975 ganó el primer premio de esa prestigiosa institución salzburguesa. Y el señor del Metro debutó en el Metropolitan de Nueva York en el año 1979 y fue entonces cuando aquel señor dejó aquellas oficinas del Metro y se entregó al canto como única y afortunada dedicación. Muy reconocido fuera de España, este señor cantó en Turín, Milán ( la Scala), Roma, San Francisco, Los Ángeles, el Carnegie Hall, Berlín y un largo etcétera de ciudades. El señor del Metro se puso a las órdenes de directores como López Cobos, James Levine, Abbado, Giulini, Marriner, Pollini, Ros Marbá, en fin, toda una larguísima nómina de grandes eminencias musicales. Ese señor se llamaba y se llama  Dalmacio González Albiol y es uno de los mejores tenores ligeros que ha dado España, un consumado especialista en papeles rossinianos. Se le puede escuchar, por ejemplo, en la grabación que dirigió Maurizio Pollini de La donna del lago de Rossini en la que comparte cartel con Katia Riciarelli, Lucia Valentini-Terrani o Samuel Ramey. Como curiosidad, decir que en España saltó a la fama en 1983 cuando tuvo que sustituir a Carreras en un elisir d’amore en la Zarzuela madrileña. También la Caballé había empezado con una sustitución y con la Caballé cantó en el Liceo de Barcelona la Parisina d’Este de Gaetano Donizetti. En la actualidad cuenta con setenta y nueve años y seguro que recuerda con  cariño cuando trabajaba en el metro de Barcelona. Los genios suelen ser gente sencilla y humilde.