A mí, el nombre de Belisario me
sonaba mucho porque, en Boecillo, hay un señor que cultiva unas granadas en su
huerto y tiene tan bizantino nombre. Cuando ya estudié la historia del Imperio
Romano de Oriente comprobé con sorpresa que el señor Belisario se llamaba como
ese gran general de Justiniano y, cuando he leído El conde Belisario, de Robert Graves, entonces he sabido muchas más
cosas sobre este gran militar y mejor ser humano. Graves nos presenta un
Belisario que nos recuerda continuamente al Cid: ¡qué buen vasallo si tuviera
buen señor! Todo lo que hace lo hace por su Emperador y éste, en uno de los
ejemplos de envidia y desagradecimiento más palmarios de la historia, se lo
paga con la peor moneda. Belisario sufrió, por las mentiras de los correveidiles de
palacio, prisión y destierro; y, por si esto fuera poco, hasta le cegaron y, como
mendigo, tuvo que salir a mendigar por las calles de Constantinopla para
vergüenza de “su Emperador”. Es este lamento que recoge el gran pintor francés
Louis David: el mejor general de Justiniano pidiendo limosna por las calles.
Por muchos perdones que el gobernante bizantino le concediera “graciosamente” a
Belisario, creo que se llevó a la tumba su odio absolutamente injustificado por
tan grande general.
Si
le sirve a usted de consuelo, Conde Belisario, le diré que un tocayo suyo en
Boecillo tiene unas granadas que en los otoños se llenan de perlas para honrar
la memoria de tan gran militar y de tan íntegra y buena persona.
No hay comentarios:
Publicar un comentario