Como
espero que sepáis, he publicado un libro sobre mitología que se llama “Silva de
romances mitológicos” que presentaré, Deo volente, para finales de enero en la
librería Sandoval de Valladolid. Ya os diré el día y la hora, pero, mientras
llega ese día de días, os cuento un
secreto: junto a los romances “serios”, también escribí unos romances jocosos o
en broma que, al final, no me atreví a publicar por no mezclar las churras con
las merinas. No son muchos y he pensado que quizás os parezca bien que los vaya
dando a conocer por medio del blog y, quién lo sabe, algún día me atreva a
publicarlos. Os dejo este primero que trata sobre Dánae, Acrisio y Perseo y en
el que hago hablar a las tres hermanas Gorgonas en catalán porque siempre me
las imaginé, siguiendo el tópico de que son los catalanes un poco tacaños y ya
que la historia se prestaba a ello pues compartían las hermanas un solo ojo
para las tres, que quizás fueran oriundas de la plana de Vic. Seguro que le
hago un favor al Pere Aragonés que anda buscando raíces catalanas para
cualquier personaje que relumbre un poco. En fin, como decían los personajes de Plauto al acabarse la
comedia y también los clásicos del Siglo de Oro, “perdonad sus muchas faltas”.
DÁNAE
Cuanta la
leyenda que un día
en el
noble reino de Argos
el bueno
del rey Acrisio
quiso
consultar el oráculo.
Y
galopando en su corcel
hasta
Delfos se ha llegado
con una
pena en el alma,
de mucho
dolor colmado.
pues no
tiene el rey Acrisio
un varón
que en su reinado
mande y
ordene a su muerte
como debe
ser mandado.
Pues sólo
tenía una hija
que Dánae
había ombrado
mas
necesitaba un chico
que fuera
rey coronado.
Y fue por
esa razón
que hasta
Delfos se ha llegado
a
preguntar si su hija
iba a quedarse
en estado.
Y así,
con grande tristeza,
ha
relatado su caso
y así,
con recias palabras,
le ha
contestado el oráculo:
“Jamás de
ti nacerá
varón en
su ingle marcado
con un
fruto que asegure
larga
vida a tu mandato
Sin
embargo, de tu hija
si es que
pariera un muchacho,
eso sería
la ruina
y el
final de tu reinado
pues el
niño que naciera
-
lo
y tengo más que claro-
-
te
quitaría la vida
para ser de tu reino
amo.
Al oír estas palabras,
Acrisio presto ha
marchado
de vuelta para su casa
en la noble tierra de
Argos.
Y al llegar a su
palacio,
con duro gesto ordenara
que a Dánae, la su
hija,
en negra cueva
encerraran
con llaves y con
cerrojos
para que no se escapara
ni trato carnal tuviera
que la dejara preñada.
Mas quiso la desventura
que el dios Zeus la
contemplara
y, viendo su cuerpo
esbelto,
yacer con ella pensara.
Pero estando la
chiquilla
en una cueva encerrada
sin puertas y sin
balcones,
sin postigos y son
ventanas
tuvo que idearse un
modo
de entrar en la cueva
amarga
y, viendo en la cerradura
el ojo que llave
aguarda,
devino en lluvia de oro
y yació con la muchacha
que, justo a los nueve
meses,
al gran Perseo
alumbrara.
Y así, durante unos
meses,
el niño solo jugaba
mas un día maldecido
el pobre niño llorara;
y el abuelo que esto
oye,
a la fiel nodriza mata
que sufría con Dánae
el rigor de la
desgracia.
Y a la pobre de la hija
el muy cruel se
reservaba
embarcarla en recio
cofre
y a las olas arrojarla.
Y así fue como lo hizo
el cruel abuelo sin
alma
mientras la madre y
Perseo
por el ponto navegaban.
Hasta que un día a una
isla
aquel cofre se llegara.
“A qué tierra hemos
llegado?
-se decía la muchacha
y Dictios, un pescador
así que la contestaba:
“Estás en la isla de
Sérifos
y tienes franca mi
casa”.
Mas no fue todo tan
fácil
pues quiso la suerte
aciaga
que aquesta buena
persona
fuera hermano de un
canalla
al que llaman
Polidectes
que como rey allí manda
sin atender más razones
que las de su santa
gana.
Y así prendóse de Dánae
con mucha pasión
malsana
y, viendo que aquel muchacho,
a su madre no dejaba
pensó en quitarle de en
medio
por las buenas o las
malas
y que se diera un buen
viaje
hasta las tierras
lejanas.
Organizó un gran
banquete
al que a todos invitara
y en mitad de la comida
por regalos preguntara.
Todos a una dijeron
que lo que más le
cuadraba
era la jaca más recia
que en esos pastos
pastara.
Mas todos cuenta se
dieron
de que Perseo callaba
y, al final,
interrogado,
de aquesta manera
hablaba:
“Ay, qué poca cosa es,
mi rey,
traerte una triste jaca
pues yo te pienso traer
regalo de luenga fama.
pues ante todos prometo
traerte en mi lanza
clavada
la cabeza de Gorgona
de poderosa mirada.
Pasó aquel día, vino
otro
y todos le regalaban
la jaca que prometieron
y el rey mucho se
alegraba.
Mas en llegando Perseo,
limpia traía su lanza
pues no cumplió la su
promesa
que al rey en firme
jurara.
“¿Dónde está lo
prometido”
-con grande ira
gritaba-
el burlado Polidectes
que una respuesta
aguardaba.
Sonaba espeso silencio;
Perseo no contestaba
y el rey, llenito de
ira,
así le dijo en su cara:
“Márchate presto a buscar
esa cabeza ofertada
que, si no me la traes pronto,
a tu madre yo forzara”.
Sale Perseo apenado
por esas duras palabras
con que jurara en la
cena
con loca cabeza vana.
Mas, en viendo esta
tragedia,
vienen dos dioses a
verlo:
uno Hermes, otra Atenea
que le ofrecen sus
consejos.
Y un día, muy de
mañana,
sale de la isla Perseo
en busca de las tres
Grayas
que son Dino, Enio y
Pefredo.
Son aquellas tres
hermanas
tacañas hasta el
extremo
de que un solo ojo
comparten
que se pasan como en
juego;
y por si esto fuera
poco
se van pasando a voleo
el diente a cada boca
le corresponde en sorteo.
Cuando esto ve nuestro
héroe,
ojos y dientes coge al vuelo
y se los guarda sin más
y se niega a
devolverlos.
“Jove, torna el que has robat
-
las
hermanas le dijeron-
doncs a la fira de Vich
ens
han cobrat vint mil euros”
“Si es
queréis lo robado,
tenéis
que decirme presto
cómo se
llega a la casa
de las Ninfas
y, al momento,
os
devuelvo vuestras cosas.
Os lo
juro en juramento
y, si así
no lo cumpliere,
caiga
sobre mí un escarmiento”.
El camino
de las Ninfas
le
indicaron las hermanas
que se
guardaban tres cosas
a Perseo
necesarias:
el kibisis, un zurrón
que aquel
muchacho anhelaba;
el casco
de Hades-Plutón
que era
de virtud notada
pues
invisible había
a
aquellos que lo llevaban
y a esto
se añade un par
de
zapatillas aladas.
Todo esto
se lo entregaron
mientras
Hermes nos lo armaba
con una
hoz muy cortante
en duro
acero forjada.
Pertrechado
de esta guisa,
junto a
las Gorgonas marcha,
mas como
fue muy temprano
aún
estaban acostadas.
De las
tres, tan sólo a una
podía el
héroe matarla:
a la
llamada Medusa,
esa que
petrificaba
con solo
fijar sus ojos,
con echar
una mirada
al que
tuviera delante
mirándola
cara a cara.
Perseo se
echó a volar
con sus
sandalias aladas
y,
mientras veía a Medusa,
como
imagen reflejada
en aquel
bruñido escudo
que
Atenea le prestara
para ver
a la Gorgona
sin
recibir su mirada.
Y así, de
un certero tajo,
cae la
cabeza cortada
de la que
salen al punto
dos
monstruos de grande fama:
Crisaor,
aquel gigante,
que
espada de oro portaba
y Pegaso,
aquel corcel
que por
los aires volaba.
Euríale
más Esteno,
las
inmortales hermanas,
salen en
pos de Perseo
mas en
ningún sitio lo hayan.
Pues
gracias al casco de Hades
por
invisible pasaba
y andaba
por do quería
y por
donde le petaba.
Después
se marchó Perseo
hasta las
tierras de Atlas
allí
donde el gigantón
se
guardaba las manzanas.
Éste que
lo vio llegar
muy
presto se maliciaba
quién
sidra quería hacer
de las
manzanas doradas.
Mas
Perseo del zurrón,
do la
llevaba guardada,
saca la
cabeza aquella
que a
Medusa le cortara.
Y, al
verla, el pobre gigante
se nos
convierte en montaña
que ahora
es de alpinistas
una
región frecuentada
Andrómeda
Volando
que iba Perseo
por las
tierras de Etiopia
y en esto
que ve a una moza
a los
dioses ofrecida;
atada a
una piedra dura
con
cadenas que la herían;
allí
esperaba la pobre
ser por
un monstruo comida.
Parándose
el buen Perseo,
la triste chica le explica
que está
pagando las culpas
de unas
palabras mal dichas
pues
Casiopea, la madre,
se jactó
y dijo un día
que más
hermosa que era ella
hembra
jamás fue nacida.
Y
entonces el buen Perseo
se apiadó
de aquella chica
y a
Cefeo, que era el padre,
Clara
promesa le hacía:
“Si yo te
libero a Andrómeda,
¿tú a
cambio me darías
su mano
de tierna esposa
y trocar
tanta desdicha?”
“Acedo,
valiente joven,
pues; sea tuya esta mi hija
y que me
des muchos nietos
yo
también te pediría”
En oyendo
esto Perseo
contra el
monstruo se perfila
y de
estocada certera
en la mar
rueda sin vida.
Bodas
¡Qué
felices que eran todos
invitados
a las bodas
de aquel
valiente muchacho
con la
chica de la roca!
Mas hete
aquí que su tío
diz que
esta acción le provoca
pues le
estaba prometido
el
casarse con Andrómeda
y que
ahora venga este niño
a
levantarle la novia
es cosa
que no resiste
pues le
está tocando la honra.
Y, con muchos partidarios,
dispuesto está a montar bronca
y
llevarse a la chica
y
convertirla en su esposa.
Viendo
Perseo que el tío
no
amenazaba de broma
y que ya
lo rodeaban
con
intención belicosa,
echando
mano a su espada
a su
hueste la convoca
mas ve
que son minoría
frente a
aquella magna tropa.
Entonces
no se lo piensa
y echando
mano a la bolsa
saca la
horrible cabeza
y a todos
convierte en roca.
Libre de
tío tan plasta,
a la
chica hace su esposa
y siete
hijos de paso
que
consumaron su boda.
Muy feliz
en esa tierra
el buen
Perseo vivía,
mas no
podía olvidarse
de la su
madre querida
que,
refugiada en un templo,
con
Dictis por mano amiga
de aquel
crüel Polidectes
sin cesar
se defendía.
Pensó en
volver a Sérifos
y a su
madre hacer justicia
y, sin
dudarlo un momento,
pone su
rumbo a la isla.
Y cortés
que era el muchacho,
ante la
corte reunida,
saludó
con buenas formas
y les
deseó un buen día.
Y en
sacando de la bolsa
la cabeza
medusina,
a todos
dejó de piedra
en la
mesa concurrida.
Entonces
fue que Perseo
se nos
puso a hacer justicia:
Dictis que
sea el monarca
de la
tierra serifina.
Después
cogió sus regalos
-que ya
falta no le hacían-
y
devolvió a cada uno
lo que
prestado le había.
A Hermes
le dio sus sandalias:
casco y
zurrón, de seguida
devolvió
al triste Hades
que en
flaca mansión vivía;
la cabeza
de Medusa,
que en la
bolsa siempre iba,
le fue
entregada a Atenea
que en su
escudo la pondría.
Después
de tanta aventura,
cansado
estaba Perseo
y pensó
en volver a Argos
donde
moraba su abuelo.
Y a sí se
fue con Andrómeda
y Dánae
de regreso
anunciando
su llegada
por medio
de un mensajero.
El su
abuelo que esto escucha,
que está
de vuelta su nieto,
a Larisa
que se marcha
poniendo
tierra por medio.
Mas
estando allí aburrido,
se marchó
a ver unos juegos
y en la
grada contemplaba
los saltos
y lanzamientos.
Sale un
joven a la pista ,
pues
juega en aquel evento,
y lanza
su disco con fuerza
que sube
buscando el cielo.
Mas hete
aquí que ya baja,
que ya va
bajando presto,
que se
acerca al graderío
fiel a su
rumbo concreto
y que en
un hombre sentado
hace su
seguro puerto
y le
parte en dos la cabeza
a aquel
pobrecito viejo
que
resulta que era Acrisio
que de
Perseo es abuelo
y que ha
cumplido el oráculo
sin
comerlo ni beberlo.
Con esta
grande desgracia
no quiso
más aquel reino
y, hablando
con Megapentes,
llegaron
a este acuerdo:
Que aquél
fuera soberano
en el
reino de Perseo
y que
éste fuera a Tirinto
a
gobernar en su puerto.
Y hasta
aquí llega señores
el
romance que os cuento;
que os
haya gustado espera
el juglar
que lo ha compuesto.