Me gusta la proclamación del Evangelio porque, además de ser la palabra de Dios, nos brinda la oportunidad de escuchar palabras que tienen ese recio sabor de una vida pasada, pero que estaba muy viva hasta no hace muchos años en que “tantos millones hemos acabado hablando inglés” (Rubén Darío dixit) y la globalización (¿de la pobreza?) se han acabado imponiendo. Así no son raros los textos del Evangelio en los que se habla del copo, de la alcuza o del bieldo; en los que se usan verbos como apacentar, aventar y adjetivos como enjuto. Y es que Jesús es un hombre de lo que los economistas llaman “el sector primario” y, además, hablaba en el lenguaje de los humildes. Yo creo, es esto un decir por decir, que si se hiciera hombre en nuestros días y no durante el tiempo de Augusto, en su vocabulario no existirían palabras como “paraíso fiscal”, “fondos buitre”, Íbex-35 o Euroibor y estoy convencido de que, si alguna vez las usara, sería, sin duda ninguna, para denunciar a los que extraen sus pingües ganancias del sufrimiento ajeno. Se me hace muy difícil imaginar a un Jesús hablando de esta guisa: “Dejad que las acciones sigan cotizando y luego, al final, separáis las rentables de las no rentables y a éstas últimas las echáis al fuego eterno de los eternos explotadores del pobre”.
Viene este cuento porque el pasado día
4 de diciembre, en el Evangelio, se hablaba del bieldo que tiene su raíz en el ventilabrum latino (se ve que ventus está en la raíz de esta palabra),
ese apero agrícola con el que se aventaba después de haber trillado. Duras eran
las faenas del campo, comenzando por la siembra, siguiendo por la siega y terminando
en las labores de trillado y aventado del cereal. Después venía la molienda y,
con la harina, la labor de los panaderos. Duras tareas para tiempos recios. Ya
lo dijo Yahvé en el Génesis: “Ganarás el pan con el sudor de tu frente”. De los
que lo ganan sin sudor y sin esfuerzo, mejor hablamos otro día.
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