He leído en varias ocasiones que el teatro de Lorca se basa en la tragedia griega y esta afirmación, la mayoría de las veces, se sustentaba en tres razones:
a)
a) La aparición en él de personajes – sirva como
ejemplo la Poncia de La casa de Bernarda
Alba-, que son herederos de la figura de la nodriza en el teatro griego. Nadie
pone en duda esta influencia de las lecturas de la tragedia griega por parte de Lorca - lecturas que siempre, por
cierto, leyó en castellano en traducciones de la época en las que no voy a
entrar a considerar su calidad -, pero, con una pata, no sustentamos una mesa
así que vamos a ver las otras dos razones que argumentan los que hacen esta afirmación.
b) b) La aparición de episodios líricos en
el teatro de Lorca que guardan un notable parecido con el coro griego.
Recordemos algunos cantos o canciones que entona un grupo (el canto de los
segadores del que se hablará más tarde) o algunas canciones en solitario que
aparecen en la ya mencionada La casa de
Bernarda Alba, o en otros “dramas rurales” como Yerma o Bodas de Sangre (hay en esta obra maravillosa la aparición de la
luna como un personaje más que la lleva a un lirismo de una magia suprema). Sin embargo, leyendo el magnífico prólogo de
Joaquín Forradellas, gran lorquiano y catedrático de Instituto en San Sebastián,
que demuestra que también desde la Enseñanza Media y no sólo desde la Universidad
se puede investigar, encuentro las razones que Forradellas aduce para que el
supuesto coro de Lorca no sea como el de
la tragedia griega, sino que, muy al contrario, sea opuesto a éste. Forradellas
se basa en un punto principal:
El
coro lorquiano se usa para “para poner
de relieve dialécticamente momentos que conciernen a la diégesis o a subrayar
algo vivido por los personajes, nunca a la participación coral asertiva o
compasiva (simpatética); la canción de los segadores no cumple una función
distinta a la de los golpes del caballo garañón en los muros de la cuadra”. Introducción de Joaquín Forradellas. pág.
39 Es decir, que el coro en Lorca tiene una, si se me permite, “función
amplificadora” de los momentos más dramáticos, pero no actúa, como el coro en la
tragedia griega que es, no lo olvidemos, un personaje más dando la razón o
solidarizándose con los protagonistas.
Vamos con la tercera razón que, según sus defensores, relaciona el teatro
lorquiano con el teatro griego.
c) c)
Un final supuestamente catártico de
las obras lorquianas, es decir, un final en el que el público asistente, como
aquellos que asistían en Atenas o en Epidauro, siente una purificación, un
perdón de sus pecados (que eso es lo que significa en griego catarsis). Una vez más viene Joaquín
Forcadellas con su atinado prólogo para decirnos que " en “el teatro de
Lorca no se da la catarsis porque no se
trata de purificar al público, sino de inculparlo”(señalo en negrita esta razón
tan fundamental para que el “coro” lorquiano nada tenga que ver con el coro
griego). Lorca se quejaba – con razón-, de ese teatro que se escribía en España
para un patio de butacas que escuchaba lo que quería oír y detestaba el granadino
el servilismo de gran parte de los autores de su época por el público. Por eso
Federico escribió El público, obra
que también, en mejor ocasión, comentaré.
Que
hay personajes lorquianos arrastrados por la hybris ( la soberbia) es absolutamente innegable, y ahí tenemos a la Bernarda Alba
mandando en aquella casa con su bastón ( por cierto y para que sirva de nota de
humor, los “intérpretes freudianos” de la obra consideran el bastón de Bernarda
- ¡cómo no!-, un símbolo fálico incuestionable. En fin…), pero ¿en cuántas obras de teatro no griegas aparecen
personajes llenos de soberbia o de pasiones incontroladas o desordenadas y no
por eso tienen que ser herederas directas de Esquilo de Sófocles o de
Eurípides? Herederas directas, no, pero tampoco podemos olvidar que nuestra cultura
hunde sus raíces en la de los antiguos griegos por lo que tampoco es raro que
haya detalles que nos recuerden a las grandes tragedias clásicas.
Tal y como os he intentado explicar, este “humilde
profesor aragonés” de Instituto, que desarrolló toda su vida profesional en San
Sebastián”, pone las cosas en su sitio y
aclara que no es griego todo lo que reluce por más que lo que reluzca sea el
casco del mismísimo Agamenón.
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