La
historia mitológica que hoy os traigo a colación es muy simple pues estamos
ante un caso típico de dos amantes que sufren la oposición de sus padres. Hero
era una sacerdotisa que vivía en una torre en Sesto, justo en el extremos del
Helesponto y Leandro vivía en Abido, a la otra orilla. Los padres se opusieron terminantemente a que
se casaran y, como los novios se seguían viendo, les prohibieron cualquier tipo
de contacto y encerraron a Hero en una la torre de Sesto. Pero como amor omnia vincit, idearon una manera de
verse: Hero encendía una antorcha en su ventana que le servía de faro a Leandro
para cruzar el estrecho. Sin embargo, una noche de terrible tormenta, la llama
se apagó y Hero no la volvió a encender porque se había quedado dormida
esperando a su novio que, sin la referencia de la luz, se perdió y acabó
ahogado en el mar. Cuando el mar lo arrastró hasta la playa de Sesto y Hero vio
el cadáver, se arrojó desde la torre en la que estaba prisionera y murió junto
al cadáver del muchacho.
El tema de Hero y Leandro es un asunto muy
tratado por los autores clásicos como Ovidio en sus Heroidas 18 y 19 en el que
me he basado principalmente y muy en especial en la maravillosa traducción en
octavas reales de Diego de Mexía.
También Marcial en su Liber Spectaculorum nos cuenta los
momentos finales de Leandro:
Cum peteret dulces
audax Leandros amores
Et fessus tumidis iam
premeretur aquis,
Sic miser instantes
adfatus dicitur undas:
'Parcite dum propero,
mergite cum redeo.'
Al buscar el valiente
Leandro sus dulces amores
y ya al verse
agobiado por las henchidas aguas,
así les dice el
desgraciado a las olas que lo agobian:
“Tened piedad de mí
mientras me acerco, mas cuando regreso sumergidme”
También
nos aparece este asunto en Museo del que hago uso para el epígrafe que acompaña
a este romance en la magnífica traducción de Ruiz de Elvira.
Más
cercano en el tiempo es el Hero y Leandro de Christopher Marlowe del que
también hago uso para un epígrafe.
En
España tenemos al muy afamado soneto de Garcilaso ( del que también hago uso
para un epígrafe) y el poema de Juan Boscán en endecasílabos libres que
comienza de esta manera:
Canta con boz süave y dolorosa,
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¡o Musa!, los amores lastimeros,
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que'n süave dolor fueron criados.
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Canta también la triste mar en medio,
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y a Sesto, d'una parte, y d'otra, Abido,
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5
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y Amor acá y allá, yendo y viniendo;
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y aquella diligente lumbrezilla,
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testigo fiel y dulce mensagera
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de dos fieles y dulces amadores.
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Vemos que no faltan los dos amantes ni
la “diligente lumbrezilla” que fue la causa de la desgracia de Leandro y de la
que trato, sobre todo, en la octava real y en la silva que encabezan este
romance supernumerario.
Siguiendo
con autores españoles, Calderón hace una brevísima mención en su comedia La Dama duende:
Por un hora que pensara
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si era bien hecho o no era,
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echarse Hero de la torre,
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no se echara, es cosa cierta,
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con que se hubiera excusado
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el doctor Mira de Mescua
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de haber dado a los teatros
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tan bien escrita Comedia,
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y haberla representado
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Amarilis tan de veras,
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que volatín del carnal
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(si otros son de la Cuaresma)
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sacó más de alguna vez
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las manos en la cabeza.
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y nos revela de paso
que Antonio Mira de Amescua, dramaturgo español del Siglo de Oro, también escribió una comedia con ese mismo
título de Hero y Leandro.
Juan
de Tiomoneda recoge el mito en Aguardando
estaba Hero en su Rosa de Romances y
para no agotar un tema tan extenso y que excedería con mucho esta introducción
recojo el fragmento de la muy conocida letrilla de Luis de Góngora en la que se
hace mención, lógicamente de manera jocosa, a esta desgraciada historia:
Pase
a media noche el mar
y
arda en amorosa llama
Leandro
por ver su Dama;
que
yo más quiero pasare
del
golfo de mi lagar
la
blanca o roja corriente
y
ríase la gente.
Quevedo también hace
mención a Leandro en este soneto:
En
crespa tempestad del oro undoso
nada
golfos de luz ardiente y pura
mi
corazón, sediento de hermosura,
si
el cabello deslazas generoso.
Leandro,
en mar de fuego proceloso,
su
amor ostenta, su vivir apura;
Ícaro,
en senda de oro mal segura,
arde
sus alas por morir glorioso.
Con
pretensión de Fénix encendidas
sus
esperanzas, que difuntas lloro,
intenta
que su muerte engendre vidas.
Avaro
y rico y pobre, en el tesoro
el
castigo y el hambre invita a Midas,
Tántalo
en fugitiva fuente de oro.
Vemos como aquí don Francisco, al
deslazar Lisi sus cabellos, compara su corazón con un Leandro que navega por
proceloso mar o con un Ícaro que se expone con sus alas a una muerte que
sabemos tuvo por no escuchar el consejo de su padre Dédalo de que no volara
cerca del sol.
No podríamos dejar de mencionar la
famosa travesía a nado que realizó con fortuna Lord Byron que hizo el mismo
recorrido que el desgraciado amante consiguiendo, con mejor fortuna que
Leandro, llegar a Sesto y tampoco podemos olvidar que esta hazaña natatoria
tienen aún más mérito si tenemos presente que George Gordon Byron era zambo del
pie derecho.