Siempre me ha parecido que el mito ovidiano de Filemón y Baucis actúa como un conjuro sobre el miedo a la vejez del que nadie está libre y la idea de afrontarla en ese amor que transciende la muerte es un bálsamo que serena y calma la herida incurable.
El tema de los dioses viajeros que
aparece en este relato mitológico es habitual en diferentes culturas. Así, en
nuestra cultura judeocristiana encontramos en la Biblia un relato muy parecido:
hablamos de la visita que recibe Abraham en Génesis, XVIII, 1-10 en la que ve
llegar tres hombres , les invita a pasar, les atiende y, en recompensa, la
mujer de Abraham, Sara, que ya era muy anciana, se quedó embarazada y dio a luz
a Isaac.
Iconográficamente el tema de Filemón y
Baucis ha sido profusamente tratado. Rubens trató el asunto en dos momentos: el
primero, cuando los dioses están a la humilde mesa de los ancianos que es el
cuadro que nos sirve de ilustración para nuestro romance; el segundo, cuando se
produce la inundación y podemos ver a la pareja junto a los dioses. También
Rembrandt toca el tema con un cuadro muy tenebrista y otros pintores como Adam
Elsheimer, Johann Carl Loth o Andrea Appiani. Merece la pena destacar los
cuadros de Janus Genelli, pintor danés,
en los que aparecen ambos protagonistas y les podemos ver de guardeses
del templo y en el momento de su metamorfosis.
Por mi mucho aprecio a Joseph Haydn, no
puedo dejar de citar una ópera para marionetas de este compositor austriaco
que, en su título original Philemon und
Baucis oder Jupiters Reise auf die Erde, es decir, Filemón y Baucis o el viaje de Júpiter sobre la tierra, hace ya
alusión a esa presencia de los dioses en la tierra. Por cierto y como simple
curiosidad, decir que el don a los dos ancianos por parte de los dioses
viajeros no consiste en que ambos mueran juntos, sino en la resurrección de un
hijo inventado por el libretista, Gottlieb Konrad Pfeffel, y que no aparecía en
Ovidio y, junto a él, la de su mujer
Narcisa.
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