Es
de sobra conocido el hecho de que aquellos que padecen de diabetes se inyectan
insulina. Lo que quizás sea menos conocido es que insulina, como puede apreciar
cualquier alumno de latín, proviene de insula,
-ae que, en latín, significa “isla”. ¿Qué tiene que ver una isla con la
diabetes? Pues mucho.
En el páncreas, palabra proveniente del
griego y formada por dos étimos, pan (todo) y kreas (carne), existen unas estructuras que los biólogos conocen
como islotes pancreáticos o islotes de Langerhans. En latín, estos islotes son
las insulae pancreaticae y qué más lógico
que unas insulae produzcan insulina,
con esa terminación en el sufijo –ina que es tan productivo en el mundo de la
química. Obviamente se les conoce por el apellido del médico que las descubrió,
Paul Langerhans, que era alemán de Berlín
y que escribió un libro titulado Beiträge zur mikroskopichen Anatomie der
Bauchspeicheldrüse, es decir, Contribuciones a la
anatomía microscópica del páncreas, en el que recogía sus experimentos con
conejos a los que inyectaba azul de Prusia en el conducto pancreático.
Bauchspeicheldrüse significa en alemán “páncreas” que ya son ganas de complicar
y multiplicar los entes de manera innecesaria y es una palabra formada a su vez
de tres: Bauch (vientre), Speichel (saliva o fluido) y Drüse (glándula). Sin
embargo, no fue él el que les puso su nombre pues, aunque las
descubrió, no supo para qué servían y sería el histólogo francés G. E. Laguesse
el que las nombró así, en 1893, en
homenaje a su colega alemán que había fallecido cinco años antes con tan sólo
cuarenta años en Funchal. Pero aún faltaban treinta años para que se conociera
y aislara la insulina pues fue en 1921 cuando Banting y Best lo consiguieron y la
bautizaron.
Para que luego digan que el latín y el
griego no sirven para nada.
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