Hoy,
que es Miércoles Santo, me gustaría hablaros de algo que ya ha sido de sobra
comentado por autores espirituales, pero que no conviene olvidar: la Pasión de
Nuestro Señor Jesucristo no fue sólo en los días del Triduo Pascual, sino que
se extendió a toda su vida pública. Bastaría para afirmar esta idea con tres o
cuatro pinceladas:
a)
Dolor de no verse comprendido por su
propia familia que, si recordáis, lo toman por loco.
b)
Dolor porque sus propios discípulos (Pedro
el primero aunque se arrepintiera) tampoco comprendieron su misión y tuvieron
que ir muy poco a poco para enterarse de quién era en verdad Jesús.
c)
Dolor de verse rechazado por su propio
pueblo pues judío era (y es pues Iesus Christus heri et hodie et in saecula)
Jesús y judíos los que le gritaban “ crucifícalo”.
d)
Dolor de no ser entendido por los
sacerdotes de su propia religión judía.
Si el dolor que
Cristo pasó el Jueves y Viernes Santo excede toda la comprensión humana pues su
entrega voluntaria era ( y es en cada Eucaristía) por los pecado pasados,
presentes y futuros de toda la humanidad, hay que añadir estos otros dolores no
menores que tuvo que soportar, al menos, durante su vida pública sin olvidar
cómo, siendo todavía muy jovencito, ni José mi María “entienden” que les
abandonara en Jerusalén para dedicarse “ a las cosas de su padre”.
Estos
días santos son para reflexionar, para ofrecer nuestro sufrir que sirve también
para corredimir con Cristo. Eso es lo verdaderamente importante para un
cristiano en la Semana Santa: stare ad Crucem.
Lo demás, el viajar a Benidorm, el darse el chapuzón en la playa o aprovechar
las últimas nieves es perdonadme, absolutamente contingente.
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