Acabo de
terminar La dama del lago, una novela
de mi escritor del alma Raymond Chandler.
Está, como es habitual en él, muy bien escrita aunque algunos
intelectuales siguen rechazando su obra, pero allá ellos: es su problema. Los
diálogos de Chandler me recuerdan a los de Billy Wilder del que se decía que
tenía cuchillas de afeitar en la cabeza para escribirlos. Philip Marlowe, ese
tipo solitario en una sociedad hostil y corrompida, sigue siendo uno de los
grandes detectives de la historia al que, para más gloria, lo asociamos con el gran Humphrey Bogart en
aquellas magistrales películas en blanco y negro de los años cuarenta cuando
Hollywood todavía era Hollywood y no una fábrica de videojuegos. Si queréis pasar un buen rato este verano, no olvidéis leer algunos de sus
libros. Os refrescarán y os deleitarán, como diría un locutor de la radio de
los sesenta. Y de los intelectuales, olvidaos cuanto antes mejor.
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