Luis
Candelas era de Lavapiés y, en ese barrio popular madrileño en el que hoy se
hacen fiestas chinas, pasó sus primeros años. Hijo de un zapatero, Luis muestra
pronto sus cualidades como líder peleando con Paco el Sastre que, más tarde, formará parte de su banda. Buen
amador, Candelas se casó con Manuela, una zamorana, a la que muy pronto abandonó
por otras muchas. Sin embargo, lo más curioso de este personaje es su desdoblamiento
en Luis Álvarez de los Cobos, respetable criollo peruano, que enamoraba a
damiselas de buena familia. Con una de ellas, con Clara, Candelas planeó, que
con un rasgo de amor y de honradez le había dicho quién era en realidad,
fugarse de España y marcharse a vivir a Londres, pero la muchacha, ya de camino
a Gijón, empezó a sentir nostalgia de Madrid y Luis Candelas, todo un
caballero, regresó con ella con la idea de que quizás, una vez que se viera
otra vez en la capital, Clarita recapacitaría y se volvería a escapar con él,
esta vez camino de Lisboa. Sin embargo, Candelas fue reconocido en la posada de
Alcazarén y detenido por el Sargento de la Milicia Nacional de Olmedo. Candelas
murió serenamente en el garrote vil y según lo afirman testigos presenciales de
la ejecución, pronunció estas curiosas palabras: ¡Sé feliz, patria mía! No
sabemos por qué le vino este arranque patriótico al ladrón que robaba a los
ricos y se lo daba a los pobres y que nunca, en ninguno de sus muchos asaltos,
derramó una gota de sangre, tal y como él mismo se lo hace saber a la regente
María Cristina en su petición de indulto. Sin embargo, no deja de ser algo extrañas sus últimas
palabras. Visto desde la perspectiva actual, muchos hay en nuestra España que
han robado más que Candelas y que siguen tan campantes por las calles de sus
ciudades o por los puertos de las Bahamas disfrutando de buenos yates. Pero eso
ya es otra historia que no vamos a tratar. Lo que sí tengo que tratar es que la
biografía que he leído de Candelas es de Antonio Espina, un autor del que
volveremos a hablar porque creo que ha sido injustamente olvidado.
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