Llevo
desde mayo leyendo y releyendo a Mujica Láinez, ese autor tan poco leído que
hay muchos que no lo saben ni acentuar correctamente. En mayo fue El escarabajo; en junio, el Unicornio y en julio, Bomarzo. Esta
obra la había yo leído en Ávila a instancias de mi buen amigo Senén que en paz
decanse. Entonces no la disfruté porque aquella vida dejaba muy poco espacio al
disfrute como no fuera el sahúco de la muralla y alguna película en casa, pero
mi cabeza no estaba centrada en la magna obra de Mujica. Entonces me pareció
buena, pero el duque de Orsini no consiguió levantar en mí la pasión que
levantaba en Senén. Ahora, pasados diez o doce años, he vuelto a encararme con
Pier Francesco de Orsini, el divino giboso, el hombre renacentista, el santo y
el demonio, el artista espiritual y el animal carnal, el hombre en definitiva.
Pier Francesco se ha hecho un lugar en este cálido mes de julio y cada mañana,
de buena mañana como dicen los franceses, teníamos una agradable conversación
hasta que el calor del día se imponía y ambos nos entregábamos a nuestros
quehaceres. Ha sido una maravillosa experiencia este recorrido por la vida de
un hombre y por la vida del Renacimiento. Estoy a la espera de la ópera de
Ginastera para escuchar el libreto que el mismo Mujica escribió. Ya os lo
contaré, pero la cosa promete. Ahora me ando con la vida de Ginés de Silva, esa
vida casi de un pícaro que se recoge en El
laberinto, otra novela de Mujica. Pero de ésa, como de la ópera de Ginastera,
os daré cuenta en su debido momento.
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