Conocí
al Capullo de Jerez hace ya algunos años en las Semanas Flamencas de Ávila. Él
venía por la plaza de la Catedral y un servidor salía de la Biblioteca Pública.
Yo lo había visto antes en el periódico y, nada más verlo, - no creo que haya
un cantaor más feo – le dije: “¿Es usted el Capullo de Jerez, verdad?” y él me
dijo: “¿Cómo lo ha sabido?”. Tendría que haberle dicho que no creo que hubiera
nadie más feo en miles de kilómetros a la redonda. En fin, luego fui al
concierto que ofrecía en el auditorio de la Caja de Ávila, aquel pequeño y
recoleto de la calle Lagasca, y no pude aguantar hasta el final. Su cante me
irritaba y sus gestos, con los ojos a punto de salírsele de las órbitas y la
cara como la de un Polifemo cantaor, pero con dos ojos como huevos que le hacían
guapo al feo de los Hermanos Calatrava, me cargaban hasta tal punto que, en el
intermedio, me marché. Luego ya no lo he vuelto a escuchar, pero, hete aquí que,
el otro día, escuchando ese maravilloso
programa de Radio Clásica que es El Cante
de Jerez apareció otra vez el Capullo y, cosas de la vida, me gustó tanto
que tuve la necesidad de descargarme un CD con algunos cantes. Y me gustó. Su
voz me parecía otra y, como no le veía su cara, disfruté de su cante y le
reconocí como lo que es: un grandísimo cantaor jerezano. ¡Y hasta me pareció
más guapo en la carátula!
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