Ladislao
Vadja nació en Budapest, un 18 de agosto de 1906 y empezó trabajando en el cine
alemán con directores como Billy Wilder o Henry Koster. Empezó como director
dirigiendo El hombre bajo el puente
(1936) y con la Segunda Guerra Mundial se traslada a Italia en donde dirige dos
largometrajes. El segundo de ellos Giulano
de Medici, fue prohibido por el Duce y, puesto que el largometraje estaba protagonizado
por Conchita Montenegro, el director húngaro se viene para España en donde debuta
en 1943 con Se vende un palacio.
Siguió con películas como Doce lunas de
miel (1944) Cinco Lobitos (1945)
y Te quiero para mí (1949). Se nos
fue a Portugal y coprodujo Barrio
(1947) y Tres espejos (1947). Se nos
fue también a Inglaterra en donde dirigió The
Golden Madonna (1949) y The woman
with no name (1959).
En
España, siguió dirigiendo y en los cincuenta dirigió Carne de Horca (1953) con el irrepetible Pepe Isbert; las ya
mencionadas, Marcelino Pan y Vino y Mi tío Jacinto y Tarde de toros con don Antonio Bienvenida. También de los cincuenta
es su obra maestra, El cebo. Falleció
en Barcelona, en 1965, cuando rodaba La
dama de Beirut, con Sara Montiel a quien descubrió junto con Enrique Herreros
de Codesido, dibujante, montañero y amigo del inefable Pepín Folliot. Pero ya
nos salimos de la historia.
Su
cine, influido por Fritz Lang, con una fotografía en blanco y negro portentosa,
merecen un hueco en la historias de lo que se ha dado en llamar séptimo arte y
merece que, en este verano de 2016, cuando ya se han cumplido cincuenta y un
años de su muerte, veamos alguna de sus películas. Nuestra mente, saturada de
politiqueo inmundo, nos lo agradecerá.
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