De todos
es sabido que el niño que señala al difunto conde de Orgaz era el hijo el Greco,
pero Manucho nos dice en su Laberinto que no, que es Ginés de Silva y, de la
mano de ese niño que señala al muerto, nos lleva por el barroco español y americano
viajando por la España de los Austrias y por la América colonial. Con su estilo
noble, culto, y embriagador, Manuel Mujica Láinez escribe una novela que la
podemos llamar histórica y me ha hecho disfrutar mucho en este julio ardiente.
Quiero leer Cecil, su autobiografía,
porque necesito la prosa magistral de Manucho. Por cierto, que mi amigo
argentino Hugo Busso lo conoció en su casa de La Cumbre, en Córdoba. Los hay con suerte.
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