Cuando era pequeño y me ocurría
algo malo, tenía la sensación de estar viviendo una película. En estos días,
con el conflicto catalán, he tenido la misma sensación de irrealidad que supongo
que es una defensa de la psique frente a situaciones dolorosas. Y así, cuando votaban en el Parlament aquella
gente - tan española como yo o más pues la nacionalidad no se decide sino que
se vive y se mama-, su secesión de España, además de invocar a san Josep Pla, a
san Salvador Espriú y a san Carles Riba,
tenía la sensación de estar viendo una película con un pésimo guión y unos
pésimos actores. Ni en mis peores pesadillas podía imaginarme a Cataluña, la
dolça Catalunya de mis poetas, en manos de unos desaprensivos con cultureta de
camiseta sudada y asamblea emporrada de Facultad. Aquello era un tren enloquecido que, sin
conductor, se encaminaba al precipicio que habían ido tallando diferentes
políticos españoles y catalanes durante cuarenta años. Pero dejemos esto para
otro día porque días vendrán, cuando las aguas se calmen, en los que habrá que
reflexionar con calma sobre todo los que ha ocurrido en España y en Catalunya en
estos últimos años y habrá que hacer un examen de conciencia con la clase
política que ha permitido tamaño desafuero.
Sin
embargo, como decían mis griegos, toda tragedia tiene su parte de enseñanza y,
gracias a esos esperpentos, he sentido
una angustia profunda, pero, al tiempo, he descubierto que quería, mucho más de
los que pensaba, a Cataluña y a España. ¡O
felix culpa que me ha hecho recuperar la bandera que usurparon los del
abrigo loden y la mano en alto! ¡O felix
culpa que me ha hecho quitarme el complejo de español y me ha hecho sentir
que este es, pese a sus muchos errores a lo largo de la historia, un país muy grande!
¡O felix culpa que me ha hecho
levantar la cabeza con el orgullo de ser español! Estúpidos fantoches, malos
actores, pésimos guionistas de la peor película que he visto en mi vida, os
estoy muy agradecido. Moltes grácies.
¡Visca
Catalunya i visca Espanya!