martes, 31 de octubre de 2017

MI DOLOR POR ESPAÑA Y CATALUÑA




Cuando era pequeño y me ocurría algo malo, tenía la sensación de estar viviendo una película. En estos días, con el conflicto catalán, he tenido la misma sensación de irrealidad que supongo que es una defensa de la psique frente a situaciones dolorosas.  Y así, cuando votaban en el Parlament aquella gente - tan española como yo o más pues la nacionalidad no se decide sino que se vive y se mama-, su secesión de España, además de invocar a san Josep Pla, a san  Salvador Espriú y a san Carles Riba, tenía la sensación de estar viendo una película con un pésimo guión y unos pésimos actores. Ni en mis peores pesadillas podía imaginarme a Cataluña, la dolça Catalunya de mis poetas, en manos de unos desaprensivos con cultureta de camiseta sudada y asamblea emporrada de Facultad.  Aquello era un tren enloquecido que, sin conductor, se encaminaba al precipicio que habían ido tallando diferentes políticos españoles y catalanes durante cuarenta años. Pero dejemos esto para otro día porque días vendrán, cuando las aguas se calmen, en los que habrá que reflexionar con calma sobre todo los que ha ocurrido en España y en Catalunya en estos últimos años y habrá que hacer un examen de conciencia con la clase política que ha permitido tamaño desafuero.

         Sin embargo, como decían mis griegos, toda tragedia tiene su parte de enseñanza y, gracias a esos esperpentos,  he sentido una angustia profunda, pero, al tiempo, he descubierto que quería, mucho más de los que pensaba, a Cataluña y a España. ¡O felix culpa que me ha hecho recuperar la bandera que usurparon los del abrigo loden y la mano en alto! ¡O felix culpa que me ha hecho quitarme el complejo de español y me ha hecho sentir que este es, pese a sus muchos errores a lo largo de la historia, un país muy grande! ¡O felix culpa que me ha hecho levantar la cabeza con el orgullo de ser español! Estúpidos fantoches, malos actores, pésimos guionistas de la peor película que he visto en mi vida, os estoy muy agradecido. Moltes grácies.  ¡Visca Catalunya i visca Espanya!

LA MALDICIÓN DE LA REPÚBLICA CATALANA



La república catalana tiene una maldición tan terrible como la de la momia. A esa conclusión he llegado tras leer un poco la historia que es siempre magistra vitae. El primero que la proclamó fue Paul Clarís, un canónigo de la Seo de Urgell,  que el 16 de enero de 1641, con la aprobación de la Junta de Brazos,  (Las Cortes sin el rey y sin Carme Forcarell),   puso esta república en manos del rey de Francia, Luis XIII que se convirtió, de esta manera,  en Conde de Barcelona.  Clarís murió un mes después y parece ser que fue envenenado por un agente de Felipe IV ( He escrito Felipe IV y no Felipe VI; por favor, que nadie se confunda y piense que estoy dando ideas,).

         La segunda proclamación se produjo en 1873, como Estado catalán y dentro de la efímera Primera República Española que duró menos que un pastel en la puerta de un colegio. Nada se sabe de sus proclamadores, pero no debieron de salir bien parados.

         La tercera proclamación fue la de Maciá en 1931 que falleció a los dos años supongo de muerte natural, pero tampoco lo puedo asegurar.

         La cuarta, la de Companys, elevado a los altares en la actualidad, pero que se quedó solo fusilando, -muy democráticamente eso sí- a los que no pensaban como él, fue en 1934, aprovechando el “tirón” de esa Preguerra que fue la Revolución de Asturias. A río revuelto, ganancia de pescadores. Companys acabó en la cárcel, pero fue indultado por el gobierno del Frente Popular. Moriría más tarde fusilado por el gallego del bigote. (El gallego de la barba y el registro de la propiedad en Guardamar de Segura vendría después)

         La quinta es la de Puigdemont. No sé cómo va a ser su suerte, pero el hombre del peinado al estilo fregona se ha marchado a Bélgica. En el pecado lleva su penitencia. Si aguanta la vida belga (que ya es aguantar)  veremos lo que le ocurre, pero no le auguro nada bueno. ¡Carles, meu amic,  te has buscado la ruina!


EL IDIOTA


De nuevo, mi querido príncipe idiota, te he releído y nos hemos vuelto a encontrar en esos dos tomos que compré,  casi quince años atrás,  en la librería Tanco de Orense. Te reconozco, mi príncipe, con tu bondad que es objeto de burla (se te olvidó ser listo como una serpiente y te quedaste en paloma inocente), con tu inocencia que hiere a los malvados, con tus soluciones que, al final, lo enredan todo. Te echaba de menos, príncipe; echaba de menos tu bondad infantil, tus ideas de niño que, de pronto despierta y es el hombre capaz de pronunciar las palabras más duras sobre la religión que he leído nunca. Te pareces demasiado a mí, querido Lev, y  algún día te diré que mis errores han sido y, por desgracia son, tus errores. Algún día, nos iremos los dos a redimir el mundo, tú de Quijote y yo de Sancho, a combatir gigantes, a montar Clavileños. Siempre me fuiste muy cercano, pobre príncipe al que maleducaron para el bien, el bien que siempre conlleva la soledad y la incomprensión. Gracias, Lev, por haber existido, por existir en los dos libros forrados con papel azul que compré una tarde de agosto en aquella librería de Ourense y que, en su maravilloso desorden, revelan una vida de hombre completo.


JULIÁN BERRENDERO, MI MITO INFANTIL




Una de las mayores alegrías que tuve en mi infancia fueron los días luminosos en que iba con mi abuelo a la tienda de bicicletas Berrendero que estaba y está en la plaza del General Álvarez de Castro, el heroico general que defendió Gerona del sitio de los franceses. El nombre de don Julián Berrendero sonaba a gloria en mis oídos infantiles. Pero ¿quién fue Julián Berrendero?
Pues un ciclista que había nacido en San Agustín de Guadalix, pueblo serrano de Madrid en 1912 y que en 1941 y 1942 había ganado la Vuelta a España. A parte de esos dos títulos, Berrendero tenía un palmarés envidiable y como gran hazaña, contaré cuando en 1937, en la etapa Luchon – Pau del Tour de Francia, Berrendero, tras escalar el Peyresourde, el Aspin, el Tourmalet y el Aubisque, llegó el primero con más de dos minutos de ventaja sobre sus rivales. Un fenómeno.
         Con Manuel Real fundó esa tienda – muy pequeña- que yo conocí y que, pasado el tiempo, pasó a manos de su sobrino Juan Berrendero. Don Julián se nos fue un primero de agosto de 1995, pero de él queda la magia de sus escaladas y mi ilusión cuando iba a su tienda en donde las paredes estaban decoradas con fotografías suyas en blanco y negro. Un periodista francés lo dijo con gran belleza y justicia: “Tiene el más bello estilo de todos los escaladores, trepa de maravilla y sube mejor cuanto más dura sea la pendiente”.
         Si alguno que lea este blog, va por su tienda, acordaos de aquel niño cuyas tardes más felices olían a cubiertas y parches de la tienda de don Julián Berrendero
al que, en su época, debido a sus ojos azules y su tez morena, apodaron como “el negro de los ojos claros”.
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lunes, 30 de octubre de 2017

LUIS MARIANO O IRUNGO MUTIL






Se llamó Mariano Eusebio González García y nació en Irún un 13 de agosto de 1914. Sus padres, al empezar la Guerra Civil, se marcharon a Bayona en donde el joven Mariano empezó a cantar con grupos vascos. Ya más en serio, el mutil  de Irún pensó en dedicarse a la ópera y estudió canto en  el conservatorio de Burdeos. En 1943,  Max de Rieu lo contrató para hacer el papel de Ernesto en el Don Pasquale de Donizetti. Su voz era la de un temor ligero, con una muy buena presencia en los agudos y muy agradable en la parte media y baja.  Sin embargo, su amistad con el compositor  vasco Francis López le llevó al mundo de la opereta en donde consiguió grandes éxitos con una Francia rendida a sus pies: El cantor de Méjico, La belle au Cadix, o A Jamaica. Mariano Eusebio ya no se llamaba así, sino que había cambiado su nombre por el de Luis Mariano, mucho más sonoro,  y como tal es recordado, sobre todo en Francia porque en España, país de machos sin tara, el que apareciera en fotos con un caniche hacía que no diera la talla en hombría. Otra cosa hubiera sido si hubiera aparecido pegándole palos al caniche: entonces nadie hubiera dudado de su virilidad. Luis Mariano se hizo una casa, muy vasca como él, en Arcangues, y la bautizó como Marianoko Etxea. La muerte se lo llevó con tan sólo cuenta y seis años, pero su voz sigue sonando para los que amamos la música. En su funeral, hasta tuvo el buen gusto de que le cantaran el Réquiem Perosi. Ídolo de los franceses, tal y como ya he dicho antes, el gran tenor francés Roberto Alagna le ha dedicado hace poco un disco para que las nuevas generaciones francesas conozcan su repertorio. Aquí con la OT y con La Voz nos conformamos.


lunes, 23 de octubre de 2017

MANOLITA TORRES, LA NIÑA BUENA, HIJA DEL LECHERO, QUE ACABÓ SIENDO SANTA.







En estos días de tanta tensión política, cuando estamos sufriendo el mayor golpe contra el Estado en la historia moderna de España, me gustaría hablaros de una mujer buena que nació en una familia pobre de Madrid, su padre era lechero y también labrador; la madre, como tantas mujeres en España, se dedicaba a eso tan socorrido, pero tan necesario para la familia, como eran “sus labores”, que, en el Carnet de Identidad, aparecía como S.L. Tiene Manolita una hermana que se cría con ella y muy pronto ven las comadres del barrio que la niña es muy buena: “esta Manolita va para santa”. Y no se equivocaron porque aquella niña buena que había nacido en 1824 responde a la llamada de don Miguel Martínez, párroco de San José, en mi muy querido barrio de Chamberí y, aunque el párroco buscaba jóvenes de más alto nivel social, acaba aceptando a Manolita. Era el año de 1850 y, un año después, Manuela, escasa de letras, pero sobrada de amor, el 15 de agosto de 1851, en el acto inaugural de las Siervas de María, Ministras de los enfermos, Manolita recibe el nombre religioso de María Soledad. Tan sólo seis años después, cuando don Miguel se ha marchado a la Guinea de misionero, Soledad ya está al frente de las Siervas, esas monjas de las que hablaba Azorín, esas monjas que cuando cae la noche recorren la ciudad con carteras en donde llevan labor o lecturas piadosas para pasar la noche con los enfermos; esas monjas que veía yo en mi adolescencia recorrer las calles en ayuda de los enfermos en esos momentos crueles de la noche en que los moribundos sienten la muerte más cercana y creen que ya no verán el alba. Manolita ha fundado comunidades en Lucena, en Granada, en San Sebastián, en Pamplona, en Valencia y hasta en Cuba. De nada sirve que el sucesor de don Miguel  la arrincone en Getafe porque Soledad no se arredra y, cuando el tercer director, don Gabino Sánchez,  recupere a la monja, todo Madrid se quedará asombrado de ·”las nuevas monjas” que hacen frente con valentía, fe y amor a una epidemia de cólera. Manolita murió en su Madrid el 11 de octubre de 1887 con sesenta y un años y todavía hoy vemos a sus monjas, cuando llega la noche, iniciar sus caminos en auxilio de los enfermos. Fue canonizada por Pablo VI el 25 de enero de 1970 aunque los informes rebelaban algunas “conductas defectuosas” tales como éstas que recoge el informe: “pese a que lo tenía prohibido, acarició a apestados y besó a una monja contagiada de viruelas”.  Por si eso fuera poco, Manolita “se enfadó un par de veces”… Es que las de Chamberí tienen mucho carácter y si no que se lo pregunten a los que conocieron a mi abuela Patro.