No hay Año Nuevo sin el
concierto desde el Musik Verein de Viena, diga lo que diga Inés Mogollón que,
el año pasado, hacía remontar este concierto a los gerifaltes nazis de antaño.
No hay Año Nuevo sin ese concierto de valses que remata con la marcha de
Radetzky; no hay año nuevo sin la gente aplaudiendo al compás de la citada
marcha, esa que busqué en la exigua sección de discos de los Almacenes Arias de
la calle de la Montera, aquéllos que se quemaron un mal día de septiembre. No
había Año Nuevo sin esa música mientras mi abuela Patro guisaba una sopa con
las cabezas de los langostinos – ese obscuro objeto del deseo de los setenta-
que habían quedado de la noche anterior. Ya sé, cara Inés, que los valses no
son la mejor música del mundo, pero escuchar el Danubio Azul mientras me
llegaban los efluvios de la comida es algo que no puedo olvidar. Por eso,
cuando este año Ricardo Mutti daba comienzo al concierto, pensé que mi abuela
estaría empezando a preparar la sopa en su Chamberí celeste y que mis abuelos
paternos estaban entrando por la puerta con una caja de rosquillas de manteca
de las que aún hace- magistralmente- Ana Luisa, la hija de Jani, en Laguna de
Duero. También este año – lo siento Inés – he buscado mi vieja cassette
comprada en los Almacenes Arias y me he puesto la Marcha de Radetzky sin
importarme un comino lo que pensarían si me vieran los intelectuales que
deberían pensar que alguien que no sabía “nada” de música como era el maestro
Pérez de Arteaga era el encargado de retrasmitirlo sin sentir que su prestigio
se menoscababa. El que sabe, sabe y no necesita postureos. Así que mis,
queridos pijoprogres, he escuchado el Concierto de Año Nuevo desde el Musik
Verein Y lo he disfrutado. No os voy a decir que lo siento.
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