Érase
una vez un muchacho de Moaña que quería ser gimnasta allá por los años sesenta.
Este muchacho tenía un amigo que le enviaba desde Madrid, en donde estudiaba,
dibujos y esquemas de ejercicios gimnásticos que, con diligencia, aquel
muchacho gallego repetía en las playas de su tierra. Todo había comenzado
cuando ese amigo, que llegaría a ser un afamado biólogo y que era hijo del “barbudo
señor de Tirán” en palabras de don Álvaro Cunqueiro, preparó unos rudimentarios
aparatos gimnásticos en el jardín de su pazo. O Fillo, que así lo llamaban al muchacho de Vilela y que había
practicado el fútbol en el Alondras de Cangas y que había hecho piragüismo en
la ría de Vigo, decidió que aquello sería su deporte y, cansado de ejercicios “virtuales”,
un día decidió subirse en uno de aquellos camiones del pescado que iban a
Madrid y llegarse hasta la residencia en la que habitaba Javier Castroviejo que
lo camufló en su habitación y Jesús, o
Fillo, vivió camuflado durante tres meses. Pero las ganas de practicar su deporte
lo podían todo y Jesús logró una beca para la Residencia Blume, cuyo nombre era
el de esa gloria de la gimnasia española, Joaquín Blume, el hombre que entrenó
hasta en el día de su boda. Aquel muchacho gallego de la parroquia de Tirán empezó
a ganar trofeos y fue campeón de España en barra fija en 1965, 1966, 1967 y
1968. O rapaz non tiña ainda venticatro
anos. Estuvo en el Mundial de Dortmund, estuvo en los Juegos Mediterráneos
y estuvo en la Olimpíada de México en 1968. O
Fillo se había convertido en una gloria de la gimnasia en España cuando en
este país aún se confundía la gimnasia con la magnesia. Y llegó, como años más
tarde le ocurriría a su hijo Jesús, una desgraciada lesión que lo aparataría de
la gimnasia, pero lo convertiría en seleccionador de España, primero con los
chicos, luego con las chicas, y en ese cometido ha estado hasta hace bien poco.
Don Jesús Carballo García, o Fillo,
fue profesor mío de gimnasia en el Colegio del Sagrado Corazón y me dejó una
afición por la gimnasia que aún mantengo. “El Carballo”- como le llamábamos
aquellos adolescentes sin corazón- tenía una elegancia en los andares que
enamoraba a las madres de los alumnos que esperaban a sus hijos en aquel patio
enorme que miraba hacia la calle Colombia. Aún sigue haciendo deporte porque,
como dijo Virgilio, cruda viridisque Deo
senectus, para un Dios la senectud está llena de vigor. ¡Y que sea por
muchos años, campeón!
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