Un joven obispo
de Solsona, se da cuenta de que la situación en la España de los cincuenta es
de suma injusticia pues, mientras unos pasan hambre con los racionamientos,
otros se enriquecen con negocios ilícitos. Este joven obispo de Solsona se
acuerda de su Maestro, de aquél que trajo la voz para los oprimidos por el
poder, de aquél que dio la vida por los demás, del Rabí que nunca dejó de decir
la verdad porque ni en la Cruz acallaron su voz y se pone a escribir una de las
cartas pastorales más duras que se hayan publicado en España y también más
cargada de razón y de sentimiento cristiano. Frente a los cristianos fingidos
que se aprovechaban del pueblo, don Vicente Enrique y Tarancón no puede callar
y habla; ¡vaya cómo habla!
CARTA PASTORAL
DEL OBISPO DE SOLSONA
No podemos
callar… No nos apartamos de la línea de conducta del Maestro cuando lanzamos
nuestro anatema contra todos aquellos que sean culpables de que a los obreros y
a los pobres les falte lo necesario para vivir. (…) Queremos que vean que el
corazón de su Obispo compadece sus angustias y que la voz de su Obispo se
levanta, valiente y decidida, para defender su causa. (…)
No es nuestro
propósito estudiar este problema en su aspecto técnico y económico, ya que este
aspecto escapa a nuestro ministerio episcopal… Ni pretendemos hacer literatura
fácil y demagógica, cosa muy sencilla por cierto, para excitar las pasiones; lo
cual sería impropio de un Obispo de la Iglesia y aun de toda persona honrada…
Los alimentos
de primera necesidad no se racionan en cantidad suficiente ni con mucho, para
atender a las necesidades de las familias. Y aunque a precios elevados no
resulte difícil encontrar pan en abundancia y los demás alimentos, los obreros,
los empleados, casi todos los que viven de un jornal o de una nómina, no pueden
adquirir esos alimentos a los precios exorbitantes a que los ha puesto el
egoísmo de muchos.
A nadie podía
extrañar que al salir de la guerra tuviésemos que sufrir una serie de
privaciones que eran consecuencia necesaria de la misma. (…) Pero han pasado
más de diez años desde entonces
Durante estos diez años son bastantes los que se han aprovechado de la escasez para hacer grandes negocios. Algunos no han sabido utilizar los resortes que la autoridad ponía en sus manos para evitar esos males, cuando no los han agravado con su conducta… El remedio está en el reinado de la sinceridad, de la honradez, de la justicia, de la caridad…
Durante estos diez años son bastantes los que se han aprovechado de la escasez para hacer grandes negocios. Algunos no han sabido utilizar los resortes que la autoridad ponía en sus manos para evitar esos males, cuando no los han agravado con su conducta… El remedio está en el reinado de la sinceridad, de la honradez, de la justicia, de la caridad…
El ejemplo de
los de arriba tiene una influencia extraordinaria en la sociedad. Y éste es el
primer paso, quizá el más importante, que se ha de dar con decisión y energía
para solucionar el problema. Todos los que ejercen algún cargo o tienen alguna
responsabilidad o alguna preeminencia social deben dar ejemplo de austeridad,
de honradez, de espíritu de justicia y caridad. Porque ¿con qué derecho y,
sobre todo, con qué fuerza van a imponer y van a exigir a los demás la
austeridad y la honradez si ellos no las practican? …es evidente que el fin
propio y peculiar de la autoridad civil es procurar el bienestar material y
social de sus súbditos.
El Estado tiene
un fin natural y humano; la Iglesia tiene un fin sobrenatural. El Estado ha de
procurar el bien temporal de sus súbditos, la Iglesia el bien eterno. Y así
como sería desordenado que la Iglesia buscase tan sólo el bienestar material de
sus fieles, olvidándose de su finalidad sobrenatural y religiosa aunque con
ello hiciese un bien humanamente a sus súbditos, así también sería desordenado
que el Estado atendiese preferentemente al bien religioso de sus súbditos,
descuidando y olvidándose de su bienestar material y humano que por su misma
naturaleza le corresponde.
Por eso la
autoridad civil no puede cruzarse de brazos ante esa realidad angustiosa que
aflige a una parte de la sociedad, ni puede dejarse vencer por las dificultades
que opongan la malicia y el egoísmo de los hombres al cumplimiento de esta
sacratísima misión. (…)
No pretendemos
censurar ninguna conducta concreta ni poner ninguna dificultad a los que tienen
la misión de solucionar estos problemas materiales. Pretendemos, por el
contrario, colaborar sinceramente con ellos para que pueda buscarse y
encontrarse esta solución. Y estamos convencidos de que es una labor
constructiva, en el aspecto religioso, en el aspecto social y aun en el aspecto
político, entendiendo esta palabra «político» en su verdadero y altísimo
significado, la que realizamos al escribir esta carta pastoral.
No nos hemos
propuesto complacer a nadie ni mendigar la gratitud de los hombres.
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