Si yo pudiera, en esta mañana de enero en que está
lloviendo en Olmedo, me marcharía a Oleza, a la ciudad en la que está la tienda
de doña Corazón Motos, esa tienda “florida
y cuidada por doña Corazón como si adornase un altar del Mes de María”. Esa
tienda en la que “vendía también canela, azúcar, mariposas de lucernas, bulas, rosarios, devocionarios, estampas,
dijes, estrellas, de anís, panes y libros de hostia, potes de miel y confitura…”
Si yo pudiera, me asomaría a una ventaba de Oleza y “vería
un huerto albardillado, fresco y monjil del que entraba olor de naranjos, de higueras,
de heliotropos, de jazmines…”
Si yo pudiera, me iría con don Magín y pararíamos
ante el horno de Visitación y presenciaríamos “la segunda cochura aspirando el
pan reciente, embebecido con la charla de anacalos y mozas que heñían la masa
en los hinteros que daban el fresco olor de la harina”.
Si yo pudiera, me subiría a uno de los montes que
rodean a Oleza y , sentado, con la vista en el pueblo, leería este pasaje de Nuestro Padre San Daniel, la gran novela
de mi muy admirado Gabriel Miró:
“Crujía el aire serrano. Subían, deshojándose en la
altitud, los rumores del pueblo y del contorno: la palpitación de un molino, el
alarido de un pavo real, el repique de una fragua, un retozo de colleras de una
diligencia, una tonada labradora, la rota quejumbre de las llantas de un carro,
un berrinche de criatura, un hablar y reír de dos hidalgos que se saludaban
desde un huerto a una galería, y campanas anchas, lentas, menuditas, rápidas. Sobre
la tarde iba resbalando el fresco retumbo de las presas espumosas del río.
¡Ay,
si yo pudiera, mi querida Oleza, la tierra tan hermosa en donde huele a palma y
a chocolate, a buñuelos y a acequia, a la verbena y al anís, al pan y a la tierra
preparada para ser madre! Oleza, ciudad
en la que se huele el olor de junio que es el olor de la felicidad. ¡Ay, si yo
pudiera…!
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