La coartada
Cada vez que te visito
sólo el tiempo transcurrido
de una vez a otra ha cambiado.
Por lo demás, como siempre
se desliza desde mis ojos como un río
turbio tu nombre grabado
—padrino del guión pequeñín
entre las dos fechas,
no vaya a pensar la gente que ha muerto
sin bautizar la duración de tu vida.
A continuación limpio las mustias
cagaditas de las flores añadiendo
algo de arcilla roja donde se ha depositado negra
y le cambio, finalmente, el vaso a la lamparilla
por otro limpio que traigo.
sólo el tiempo transcurrido
de una vez a otra ha cambiado.
Por lo demás, como siempre
se desliza desde mis ojos como un río
turbio tu nombre grabado
—padrino del guión pequeñín
entre las dos fechas,
no vaya a pensar la gente que ha muerto
sin bautizar la duración de tu vida.
A continuación limpio las mustias
cagaditas de las flores añadiendo
algo de arcilla roja donde se ha depositado negra
y le cambio, finalmente, el vaso a la lamparilla
por otro limpio que traigo.
Nada más volver a casa
a conciencia lavaré el sucio
desinfectando con lejías
y cáusticas espumas de espanto que echo
cuando me agito con fuerza.
Con guantes siempre y manteniendo mi cuerpo
a gran distancia del pequeño lavabo
para que no me salpiquen las aguas muertas.
Con estropajo metálico de dura aversión rasco
la grasa pegada en los labios del vaso
y en el paladar de la apagada llama
mientras la ira aplasta el ilegal paseo
de algún caracol, usurpador
de la inmovilidad vecina.
a conciencia lavaré el sucio
desinfectando con lejías
y cáusticas espumas de espanto que echo
cuando me agito con fuerza.
Con guantes siempre y manteniendo mi cuerpo
a gran distancia del pequeño lavabo
para que no me salpiquen las aguas muertas.
Con estropajo metálico de dura aversión rasco
la grasa pegada en los labios del vaso
y en el paladar de la apagada llama
mientras la ira aplasta el ilegal paseo
de algún caracol, usurpador
de la inmovilidad vecina.
Enjuago luego enjuago con escaldante
furia
bulle mi intento de volver el vaso a su primer
su alegre su natural uso
el de saciar la sed.
Y queda ya del todo limpio, reluce
ese mi afán hipocondríaco de no querer morir
bulle mi intento de volver el vaso a su primer
su alegre su natural uso
el de saciar la sed.
Y queda ya del todo limpio, reluce
ese mi afán hipocondríaco de no querer morir
querido mío, míralo de otro modo:
¿cuándo no ha temido a la muerte el amor?
¿cuándo no ha temido a la muerte el amor?
(De
un minuto juntos, 1998)
Este
poema que abre la entrada del blog es un poema de la poetisa griega Kiki Dimulá
en l versión que de él hace Raquel Pérez Mena. He conocido a esta poetisa
gracias la colección Romiosyne de la editorial sevillana
Point de lunettes. Como esta vez lo
he hecho al revés y os he presentado primero el poema y luego mi humilde
comentario, prefiero que los comentarios los pongáis vosotros. Tan sólo
deciros, tal y como dicen los traductores, el grupo de amigos valencianos “Los
jueves a las cinco”, que Dimulá es la poeta de lo poco, la poeta de las cosas
pequeñas. Así que ya sólo por eso habría sido capaz de despertar mi interés
pues las cosas grandes, al igual que los poderosos del mundo ya tienen sus “cuidadores”;
sin embargo, las cosas pequeñas, no. Dimulá, en su vida “civil” fue una humilde
funcionaria del Banco de Grecia en el que entró en 1949, al terminar el
Bachillerato, y que se jubiló en 1974. Pero también los funcionarios, incluidos
los docentes, podemos escribir poesía y como bien dice ella en uno de sus
poemas:
Claro que sueño
¿se puede vivir sólo de un
sueldo miserable?
¡Ay si yo te dijera, Kiki Dimulá!
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