A veces, la poesía te llega a lo más profundo del alma y te deja una
herida de belleza o de verdad de la que ya es imposible sanar. Así me ha
ocurrido con esta Salutación elegíaca a
Rosalía de Castro de Lorca. Y, de
este poema, me quedo con esa estrofa maravillosa que dice así:
Quiero
que lloremos la melancolía
que
sobre nosotros el cielo dejó
pues
vamos cargados de cruz de poesía
y
nadie que lleva esta cruz descansó.
Rosalía, miña nai, miña naiciña, invocada por el poeta solar, andaluz, de metáforas
airosas, calientes como las tardes de la Vega de Granada. Y, sobre todo, la
gran verdad: ser poeta es esa cruz de la que no podemos descansar, para la que
no hay Cirineo porque se nace poeta y se muere poeta. No puedo sino recordar a
Jacinto Herrero, escribiendo sus últimos
poemas en la residencia de sacerdotes de Ávila o a Timoteo Herrero (¡bendita
casualidad de apellidos en estos dos grandes poetas, uno abulense, el otro
vallisoletano) escribiendo sonetos mientras una máquina limpiaba su sangre con
la diálisis. Ahora, mientras vamos camino de la tarde, la cruz se recorta sobre
el cielo. ¡ Rosalía, Federico, bon Deus, ayudadme!
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