Como no podía ser menos, el nacimiento de Macías está
cubierto por el misterio. Para unos, servía en la casa del maestre de la Orden
de Santiago, don Fernán Pérez de Andrade; para otros, estaba al servicio de don
Enrique de Aragón, marqués de Villena. En casi todas las fuentes se coincide en
el nombre de la amada: Elvira; y también se coincide en que uno u otro señor la
entregó a un noble para que se casara con ella. También coinciden las fuentes
en que Macías no cejó en su amor y continuó escribiendo tristes cantos de amor
a su amada. Por esta actitud, su señor, bien ordena que lo lleven al castillo
gallego de Nahario, bien ordena que lo encierren en el castillo de Arjonilla,
en Jaén. También las fuentes se ponen de
acuerdo en que el marido, cansado del trovador que seguía cortejando a la que
ya era su esposa, se fue hasta el castillo y de una lanzada mata al pobre
Macías. Mi recuerdo de Macías comienza con un semáforo en Padrón, cuando se
cruzaba el pueblo. Mi padre paraba cuando volvíamos de Santiago y, a lo lejos,
veía la estatua del desdichado trovador. Luego ya don Alvaro Cunqueiro, mi
señor feudal en literatura, me contó de su vida y obra. Que, por cierto, no
está muy bien considerad entre los estudiosos. Don Ramón Menéndez Pidal,
coruñés él, no tiene “piedad” con su paisano y así nos dice: “destaca no por
sus versos, sino por haber sido, mediante su leyenda, fuente de inspiración de
otros poetas que supieron realizar de una manera apasionada y poética lo que el
alma ardiente de Macías decía sentir y no pudo expresar si o vaga y
desaliñadamente”. Tampoco tenía buena opinión de él Federico Sainz de Robles
que en su Diccionario de Literatura
dice: “Más vale en él la leyenda que los versos. Pocos y muy desmayados son estos.
Más conocido que por ellos, por su leyenda de amor adúltero y de su trágica
muerte”.
Los poetas que usaron su trágica
leyenda fueron varios y así, desde Rodríguez del Padrón a Lope de Vega, la desgraciada
historia del padrones sigue haciendo que las lágrimas broten tristes por su amarga
ventura. A mí, creo, me está esperando en su jardín padrones, aquél que yo de
niño venía cuando volvíamos de Santiago.
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