No
se puede entender el siglo XVIIII en España sin la figura de Francisco Pérez Bayer.
Nacido en Valencia un 11 de noviembre de 1711, estudió el bachillerato en
cánones en Gandía y su formación universitaria se dividió entre Valencia y
Salamanca. Tras la expulsión de los jesuitas. Pérez Bayer se ganó el favor del
gobierno presidido por Ricardo Wall y también la ayuda de personajes como Campomanes.
Consiguió una beca para estudiar en Italia en donde conoció al famoso hebraísta
Biagio Ugolino y, de paso, al futuro rey Carlos III. Fue nombrado preceptor de
los infantes reales y su influencia en la cultura española fue creciendo de día
en día. Llegó a ser Bibliotecario Mayor en la Biblioteca Real en 1783 y se ganó
la fama como experto en numismática. También profesó como catedrático de
hebreo, latín y griego y fue un reputado arqueólogo. Sin embargo, para mí, lo
que más me importa es que, al ser nombrado preceptor de los infantes tal y como
hemos dicho unas líneas más arriba, fue
el profesor del infante don Gabriel, el hijo de Carlos III que se tradujo la
salustiana Conjuración de Catilina y cuya traducción se puede encontrar aún en
la Colección Austral, esa más que querida y familiar colección de Espasa Calpe.
Del infante hablaremos otro día. Por hoy, tan sólo deciros que falleció su
maestro en Valencia, amena ciudad del Turia y de las Fallas, un 27 de enero de
1794 cuando contaba ochenta y tres años muy bien empleados. También me falta deciros que, en otra entrada, hablaré de don Gregorio Mayáns y Siscar, gran
erudito a cuyo conocimiento debo a don Antonio Fontán que fue maestro mío en
los curso de doctorado y del que, cuando tenga tiempo, os hablaré. Et dixi.
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