Desde
muy pequeño conozco el balneario de La Toja en donde a los pobres tan sólo nos dejaban jugar en
los jardines, en ese mini golf tan cuco que tienen. Como en un mundo lejano, se
aparecía el ensueño del Gran Hotel con sus toldos naranja que protegían del sol
a unas habitaciones que nos resultaban tan lejanas e inasequibles como los
coches que se paraban a la puerta del Gran Hotel. Para los veraneantes pobres pero
felices, Paco Mateos, Chiqui, Arturo, Merce y mi familia, eran las mulleres
que vendían collares de conchas, visitar la ermita cuyas paredes también
están llenas de conchas (por cierto, en ella se casó Rajoy con Viri) y hacernos fotos en la hermosa baranda que da
al mar. Todo esto viene a cuento porque, el otro día, viendo unas fotos antiguas de La Toja, me
llevé la gran sorpresa de mi vida al contemplar cómo era el Balneario antes y
después de la reforma (más que reforma, fue tirar el antiguo y construir el
moderno allá por los años cuarenta del pasado siglo). En este hotel, veraneaba
don Federico Romero Sarachaga con sus hijas, Socorro y Pilar, y de boca de
Socorro, que era mi pediatra, escuché cómo se cayeron una vez al mar y un
marinero las rescató. El marinero iría en camiseta como los marineros de Luis
Cernuda y le habría servido al sevillano para alguno de sus poemas. Puesto que,
como es lógico, no tengo la foto del marinero cernudiano, os pongo el antiguo
balneario y el moderno, aquel que construyeron en los años cuarenta del siglo
pasado.
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