He encontrado, navegando
por Internet, estas curiosas aleluyas sobre la isla de La Toja en la que se
cuenta la historia del burro que se curó las heridas con las aguas salutíferas
del manantial. Otros dicen que fue un cura el que, enfermo de la piel, entró en
la isla y se curó; otros, que el manantial de aguas termales era conocido por
los marineros que, al pisar en el manantial, notaban las aguas calientes y se lo achacaron ao demo y que fue esa la causa de construir la iglesia en donde se casaron Rajoy
y Viri y en donde se escribe el nombre en las numerosas conchas que cubren sus
paredes. Luego vino el marqués de Riestra, el dueño de Pontevedra ( se decía en
el siglo XIX que España tenía cincuenta y una provincia porque la ciudad de
Teucro y su provincia eran del marqués que, si los datos no me fallan, era
asturiano de nacimiento) y otras historias curiosas que ahora no puedo contar. En
fin, otro día entramos en detalles.
¡Acercaos, buenas gentes, las palabras de este peregrino a escuchar!
Si Dios guarda vuestros
corazones, durante años las podréis disfrutar.
Vengo de Roncesvalles, por el camino Xacobeo andando,
e increíbles historias
quiero a vuesas mercedes contar.
Hazañas y leyendas por
aldeas y pueblos voy cantando.
Maravillas desconocidas que
nadie se puede explicar.
En el año del Señor de 1837 aconteció un hecho extraordinario
que ha pasado de padres a
hijos,
hasta llegar a mis oídos.
Escuchad con atención la historia de un borrico,
pues para saber a dónde
vamos
hay que saber de dónde
venimos.
¡Galicia!, tierra de penumbra,
vio nacer en su seno
un cura de muchas luces.
Era hombre culto y
resabido,
por la mano de Dios tocado.
Mas quiso la fortuna
ponerlo en un apuro.
Estaba el pobre cura
en la Ría de Arosa perdido.
En una isla desierta,
donde la muerte acecha.
Tierra pobre y árida
donde sólo había unos pocos
pinos.
Iba el capellán en un
burrito,
para tan gran hombre poca
montura,
aunque sabia y llena de
cordura.
El pobre animal, de tiñas y mataduras,
tenía cubierta su piel
dura.
Tal era su lamentable
estado
que el cura decidió
abandonarlo.
Mas, al ser hombre de
iglesia no quiso matarlo.
Así fue como el cura con ojos lagrimosos
abandonó el burro entre
rastrojos.
Pasados unos meses el capellán volvió a la isla
para dar al burro cristiana
sepultura.
¡Cuál fue su sorpresa al
ver que corría
y que todas sus heridas
tenían cura!
Arrodillado dio a Dios gracias
por la milagrosa curación.
Mas cuando estaba por la
sexta oración
vio al burro en un charco
revolcado.
Al principio creyó que era
pecado.
Acercóse a exorcizar el
animal
y vio que no era Belcebú,
ni falso, ni tabú,
sino una ciénaga salutífera
la que sanó a la criatura.
¡Los caminos del Señor son inescrutables!
Aquella tierra triste y
desolada
se convirtió por hechos
inexplicables
en alegre y fecunda.
Aquí acaba la narración de esta hoja,
la de una isla que hizo
historia
al estar tocada por la
gloria
conocida de todos por el
manantial de La Toja.
No hay comentarios:
Publicar un comentario