Hace
ya muchos años ( no es menester precisar cuántos) mi padre me llevó a la casa
de Jonás Ordóñez, dulzainero de Laguna de Duero, para comprarme una dulzaina.
Recuerdo aquella tarde de julio, la casa de Jonás y mi alegría. Era una
sencilla dulzaina de tres llaves con la que estuve dando la lata algunos años.
Luego, vino la de ocho con la que también destrocé los oídos de muchos sufridos
vecinos. Mi abuelo Julio, para poner remedio a mi poca pericia, me dijo que
conocía a un señor, que era guarda de FASA, y que trocaba muy bien la dulzaina
y, un buen día, se lo llevó a su casa y aquel señor que trabajaba en FASA grabó
una cinta entera de temas de dulzaina en aquel viejo cassette PHILIPS que abuelo Julio llevaba siempre encima como San Tarsicio
la Sagrada Forma. Aquel hombre tocaba de maravilla, con una expresión, con una
musicalidad como jamás había escuchado a ningún dulzainero. En sus manos, la dulzaina
era un instrumento lleno de expresión
que te hacía llorar o te llenaba de alegría en las jotas y pasodobles. Aquella cinta
la escuché mil veces y nunca me cansaba de escucharla porque yo quería tocar
como aquel guarda que conocía mi abuelo Julio de tomar el café juntos. Al poco,
supe que aquel sublime dulzainero se llamaba Librado Rogado, que era de
Salamanca, que había sido músico militar y que una vida quizás con poca suerte
(no conozco los detalles) le había llevado a estar en la FASA. Años más tarde,
tuve la fortuna de disfrutar de su arte, cuando Librado ya navegaba por los
ochenta, en el grupo folk Abrojo, ese grupo lagunero en el que canta Pedro
Fraile Enjuto, primo de los Enjuto que son familia mía por parte de mi mujer.
Pero volvamos a lo que interesa porque las cuestiones de familia nos alejan del
tema y del dulzainero “divino”. Librado Rogado, - del que ni siquiera sé si
vive o ha muerto-, tocaba con un gusto tan exquisito y con un estilo tan
especial que se empezó a hablar del “estilo Librado” para intentar definir la
máxima expresión en dulzaina. Aquel salmantino me hizo ver cómo la dulzaina pudo ser en manos
de grandes dulzainero un instrumento con el que se tocaban preludios de
zarzuelas, pasodobles, boleros y hasta “música culta”, esa expresión que a mí,
que tanto me gusta la música sin etiquetas, tanto me repele pues las obras de mis querido
compositores clásicos están llenas de temas populares. Pero de eso ya no podemos tratar en esta
entrada.
Nunca toqué bien, pero ponía empeño y, al final, aquí las tengo en casa, más o menos, como el arpa becqueriana. Alguna vez las sacó de la vieja caja que me hizo mi madre, echo un par de lágrimas por los recuerdos y las vuelvo a guardar. Antes, eso sí, he machacado a los vecinos de Boecillo con mi espantosa versión de algunas jotas. Que Deus me perdoe.
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