Visitando
Toledo a finales de septiembre y comienzos de octubre, ese mes que ayer se nos
fue con sus primeras horas otoñales,y mientras un trenecillo turístico nos
llevaba a ver la mejor vista de Toledo que vieron los siglos, hicimos una
escala en los Cigarrales toledanos, esos que habitó el doctor Marañón y que
cantó Tirso de Molina que es, por cierto, algo más que el nombre de una
estación de metro que aparece en las canciones de Joaquín Sabina. Y, mientras
el trenecillo nos llevaba de vuelta a la ciudad del Tajo, paré mientes en que
no había leído esos cigarrales de Tirso. Ya instalados en Consuegra, pedí con
urgencia, como el que pide un medicamento vital, por Iberlibro un ejemplar de
los Cigarrales de Tirso y, al volver a Boecillo después de pasar por Córdoba y
tener allí mi revelación poética, me estaban esperando en casa. He leído el
primer tomo de tan maravillosa lectura en la que fray Gabriel Téllez, en hábil
sátira menipea, mezcla el verso con la
prosa y el resultado es fantástico. La lengua de Tirso y su gran sabiduría
poética hacen de la lectura de esta obra una delicia. Pero ¡ojo! que no se lleguen
hasta ella los lectores de best sellers porque acostumbrados a la prosa con
sintaxis de rebajas les va a ocurrir como aquel estudiante que, al leer
aquellos versos de Rubén que dicen “ que púberes canéforas te ofrenden el
acanto” no se enteró más que del “que” primero. Os copio el comienzo del
segundo tomo para que vayáis abriendo boca y mientes:
Amaneció el vaquero de Admeto y con él
otros muchos soles que en el oriente del festejado Cigarral madrugaron a
instancias del f laureado don Juan, gobernador del aplazado pasatiempo, y entre
ellos el de la forastera Peregrina, si no más hermoso, a lo menos más admirado,-
propiedad de todo lo que es nuevo, pues nuestra mudable inclinación tiene de ordinario en más lo
advenedizo, no tanto por su estima, cuanto por el desenfado que trae consigo.
Lo dicho: para paladares exigentes.
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