domingo, 28 de mayo de 2023

JACINTO HERRERO Y LOS CANARIOS FLAUTA

 


Sabéis lo mucho que quise a Jacinto Herrero, - ese que fue el gran poeta de Ávila mientras otros mindundis, dinosaurios alimentados con prebendas de Diputaciones y Ayuntamientos, le quitaban su importancia y lo tenían por curilla aficionado a hacer versos aun siendo como era un poeta mayor que todos ellos juntos-, y que ya le escribí un soneto que publiqué en este blog pecador. Vuelvo ahora  la carga con este poema en el que, una vez más, le muestro al mundo el gran cariño que sentía ( y siento pues “la muerte no interrumpe nada” como dijo don Luis Rosales) por él. El poema ya tiene algunos años, pero sigue esperando su oportunidad para saltar al terreno de juego.

 

Para Jacinto Herrero Esteban, pájaro ya

en las ínsulas extrañas.

Pues bien sé que ya tienes entre las manos

la brasa de este otoño colmado de nostalgia

en aquella tierra a la que llegué como extranjero

y como extranjero abandoné entre triste granito

cuando los ángeles cruzaban las noches prodigiosas

en las que Luis, tu hermano, alcaraván con gemido,

cruzaba las tristes rastrojeras

mientras el cielo se prendía en llamaradas

y escribía vuestros nombres en hacinas

y barbechos y el harnero se colmaba de harina

y abrevaban los mansos bueyes en la pila,

quiero decirte, Jacinto, con el contrapunto

de la roldana del pozo

que tú me devuelves los días felices

que me robaron a traición aquellos años

en que la vida se me helaba entre las manos

y en las madrugadas silenciosas, invocaba

el amor que yacía en las camas heladas.

Pero tú, como entonces, prendes mi candela

con tu llama, sacerdote de pájaros y de almendros,

amigo del alma que te perdiste en los eriales

de la nieblas tintadas con la fría ceniza de la muerte;

y con tu luz asombro la noche larga que recorro

y alumbro la mañana con la esperanza de tu vida

mientras un ángel morañego me alegra este otoño

[cargado de nostalgia

al que los membrillos perfuman con su aroma de soles

[y de siglos.

 

DOÑA ISABEL DE AVIS MUERE EN ARÉVALO

 


Comprendo que, probablemente, no sea un gran poema, pero siempre lo he tenido en estima aunque aún no ha sido publicado porque forma parte de un muy futuro libro que se llamará, Deo volente, Las parras fecundas. Trata de la muerte en el castillo de Arévalo de doña Isabel de Avis, madre de Isabel la Católica, que murió en ese castillo que, desde la N-VI se ve conspicuo en un altozano. Os lo dejo y ya me daréis vuestra opinión.

 

DOÑA ISABEL DE AVIS MUERE EN ARÉVALO

 

Quizás escuchabas el fluir del Adaja

cuando pensabas en tu dulce niña

que allá, en la mar de Laredo,

despedía los ojos de su loca Juana.

Quizás notaste que crecía la luz del otoño,

que, de pronto, los dorados trigales del verano

ya no ocupaban tu austera habitación de reina castellana.

Quizás te fundiste en la noche que bebía

en los resecos tesos tu negrura

y luego callaste

mientras Pacheco te acariciaba los ojos

que ya veían en perfecta cordura

el alba alegre de las mañanas de junio

y en perfecta comunión regresabas

a tu reino y a tu lengua de dulzura.

THOMAS BERNHARD Y SU TALA

 


 

Conocí a Thomas Bernhard, ese maravilloso autor austriaco gracias a Senén Pérez, el librero de Ávila, y a Pablo Perera, el filósofo de Saucelle. Desde hace años no lo he dejado de leer porque sus novelas son absolutamente electrizantes y parece que una corriente eléctrica las recorre desde el principio al fin. Me quedaba por leer Tala a  la que algunos críticos consideran como una de las veinte mejores obras en alemán de todos los tiempos. Y no  exageran porque Tala, con sus doscientas veintitrés páginas sin un punto y aparte, es una obra maestra en la que se describe la intelectualidad vienesa en el matrimonio Auersberger. En ese tedioso banquete, Bernhard va revisando el mundo intelectual vienés con la precisión de un cirujano y va talando, uno a uno, los árboles más altos de aquel bosque podrido. En alemán, se titula Holzfällen- Eine Erregung, Talar – Una emoción y la traducción del grandísimo Miguel Sáez es, como todas las suyas, una obra de arte. Habría que hablar de este eximio traductor de grandes autores (Sebald, Bernhard, Kafka, Brecht o Faulkner), pero lo dejamos para mejor ocasión. Mientras tanto, os podéis ir leyendo Tala.

sábado, 27 de mayo de 2023

OCASO EN BOECILLO


Mi muy querido Vicente Núñez, el grandísimo poeta cordobés, de Aguilar de la Frontera para más señas, tiene un libro bellísimo que os recomiendo y que se titula Ocaso en Poley, que era como don Vicente nombraba a su pueblo natal tomándose esa atribución que tenemos los poetas de, cual pequeños dioses, ponerle nombre a las cosas. Un servidor, que está claro que no es de Córdoba ni tan buen poeta como don Vicente, ha querido imitarlo y aquí tenéis el poema sobre los ocasos en Boecillo. Me ha dado últimamente por llegarme hasta la fuente de Boecillo convencido de que hasta allí, como dice el maestro Colinas hablando de los atardeceres de Castilla, van a morir las arias de Handel. Cosas de poetas. Voilá le poéme:

 

OCASO EN BOECILLO

 

Al gran poeta Vicente Núñez

que ya es para siempre

Ahora que vanas son las rosas

que la tarde de octubre esconde

en un no sé qué de divina hermosura

y que ya es una mentira lejana aquel muchacho

que desnudo recorría las mieses granadas

y con cuya luz aún los chopos se prenden

en este ocaso que se obstina en lo oscuro

frente a las tardes de gloria y de alberca,

te recuerdo, Vicente, allá en tu Poley del alma,

con tus papeles, tus cartas, tus libros,

mientras que con perfecta caligrafía

vas dejando tu alma en la besana blanca

que aran la pena y la alegría.

Ahora que la penumbra de la tarde

va oscureciendo salones y alcobas,

ahora que todo se apaga y pasa,

pero deja huella en los ojos del niño;

ahora que no es pecado estar triste

porque en la tristeza bebemos

la más perfecta alegría del otoño

y tus ríos me arrastran a los hondones dela vida

donde el corazón de unos brazos

sigue latiendo bajo el cielo

y tiembla en el aire

el abrazo insondable y total de la muerte;

ahora que en el mar hondo navegas

junto a las secretas criaturas

de los hondos abismos,

que la noche se enturbia con el mosto

que pisan en los lagares los corazones heridos

y ahora que sospechamos que, quizás,todo

 ha sido un sueño que el viento

nos contó en el bosque, te llamo, Vicente,

desde el fondo de la casa en cuyas camas

reposaba el sol cálido y anaranjado del ocaso;

desde el fondo de esta vida que lucha

por seguir viva con el vino

sonoro de la esperanza

y espero contigo ese tiempo mudo

cuando nada concluya. ¡Cuando todo sea eterno!

 

Por cierto, la foto que ilustra la entrada es mía.

 

 

 


EL CABRAHÍGO HOMÉRICO

 


Dedico esta entrada, con todo cariño, a mi querido maestro don Antonio Ruiz de Elvira que tanto hubiera disfrutado leyéndola y comiéndose unos higos.

 

En la anterior entrada, la de los lavaderos, veíamos esos bellísimos versos de Homero en los que nos describe los lavaderos de la ciudad de Troya: y antes os contaba, al traducir al vate de Quíos, cómo Aquiles y Héctor pasaron junto a la atalaya y al ventoso cabrahígo. Así lo cuenta Homero y así también copio de nuevo el verso:

οἳ δὲ παρὰ σκοπιὴν καὶ ἐρινεὸν ἠνεμόεντα

 

         Habría que parar mientes en estos versos porque Homero va siguiendo con su “cámara” a los dos héroes, pero, de pronto, deja de seguir a ambos héroes y “enfoca” a los lavaderos y eso nos muestra que Homero era poeta, un gran poeta porque, como decía el maestro Dámaso Alonso, “cuando se murió el poeta, se quedaron tristes las cosas pequeñas que él cuidaba”. Poeta es el que se ocupa de las minima, de las cosas pequeñas,  y cosas pequeñas – y más en un texto épico-, son unos lavaderos. También, decía Tonino Guerra, que poeta es el “que se quita el sombrero ante un almendro en flor”, otra “cosa pequeña” de nuestro mundo mágico de árboles, arbustos y hierbas. Y también son cosas pequeñas esa atalaya y ese cabrahígo que estaba en las alturas y al que agitaba el viento. Bellísimo pasaje de la Ilíada que una mujer con fina sensibilidad como Jacqueline de Romilly, fue capaz de señalar. Pero vamos con el cabrahígo.

 

         En griego, cabrahígo se dice ἐρινεόν que va aquí junto a ἠνεμόεντα que es una forma de ese dialecto de dialectos que es la lengua homérica en lugar de la forma ἀνεμοεις – εσσα-εν que, tiene la misma  raíz que ἄνεμος, viento, que nos da en castellano “anemómetro”, instrumento para medir el viento y otras muchas palabras que podéis buscar en el diccionario. El adjetivo nos lleva a “ver” al cabrahígo combatido por los vientos, solitario y señero como aquel arbolillo que veía yo todas las mañanas camino de Cuéllar, en San Miguel del Arroyo; o como aquel saúco que me perfumaba las tardes de mayo en Ávila, la bien cercada,  como decía Agustín García Calvo de Zamora. Por cierto, que Agustín en su traducción rimada en asonante y ritmada de la Ilíada pone Cabrahígo, con mayúsculas, considerándolo un personaje más de la epopeya homérica. Ambas palabras,  el sustantivo junto con su adjetivo van en acusativo como va también σκοπιήν que es la forma jónica de σκοπιά, atalaya, sustantivo de la misma raíz que el verbo σκοπέω, que significa ver y que tantas palabras nos da en castellano: microscopio,  periscopio o telescopio tan sólo por citar algunas. Fijaos también que este acusativo no es un acusativo cuya función sea la de complemento directo, sino un acusativo regido por la preposición παρά. Visto esto, resumimos y decimos que una atalaya es pues un lugar elevado, un lugar conspicuo desde el que vemos y,  junto a la atalaya,  estaba el cabrahígo que proviene para nosotros de la palabra latina caprifigus con dos componentes: capra (cabra) y ficus (higo y también higuera, que en la clasificación de Linneo es ficus carica). Pero, me diréis, todavía no has dicho lo que es un cabrahígo. Cierto es y a ello vamos.

         El caprificus se denomina en latín a la higuera silvestre en la que ramonean las cabras. Sí, pero algo más si tenemos en cuenta que, según los botánicos, hay dos tipos de higueras: dioicas, es decir, con  árboles machos y árboles hembras y las monoicas que en un único árbol producen flores masculinas y femeninas. Pues bien, a los árboles masculinos de la variedad dioica de las higueras se las conoce como cabrahígos cuyos higos masculinos se utilizan en la fecundación de las higueras hembra en un proceso que consiste en colgar racimos de higos masculinos que, por cierto, no son comestibles, cerca de las higueras hembras para que las avispas, que además de para picarnos sirven para polinizar y fructificar, yendo de un árbol a otro, las polinicen y fructifiquen. Este proceso se conoce como caprificación.  Resumiendo que es gerundio: el muy traído y llevado cabrahígo es una higuera “macho” que produce frutos no comestibles. Tampoco debemos olvidar que hay higueras llamadas bíferas o reflorecientes que son las que producen dos cosechas al año: hacia finales de la primavera, las bíferas producen las brevas (perfecta evolución fonética de bífera que significa en griego “que produce dos veces”) y los higos al final del verano o principios del otoño. Todas estas “tonterías” me gustan tanto porque un servidor iba para biólogo, pero mi tutor de 2º de BUP, Félix Larrauri, me dejó muy claro que yo veía la naturaleza con ojos de poeta y no con ojos de científico y hasta hoy. Por cierto que exquisitos eran los higos que daba una higuera que tenía mi padre en Valboa, allá por las tierras altas de O Carballiño y recuerdo comer aquellos higos maravillosos a finales de agosto. A día de hoy, no puedo decir qué ha pasado de aquellos higos pues aquel territorio está en manos de una bruja malvada que me impide llegarme hasta ellos.

         Como ya estamos empechados de higos, vamos a tranquilizarnos y a dejar de tocar los higos  no vaya a ser que nos empancemos y se nos quiten las ganas de higos por una larga temporada porque el empacho de higos es muy malo y requiere de estricta dieta que puede extenderse durante varios meses. Si alguien se tiene que empachar, que sea la bruja iza, driza y colipoterra ( Cela dixit) que aquellas tierras usurpa.  Y ya con esto, dejamos  de una vez al cabrahígo homérico en paz.

 

 

viernes, 26 de mayo de 2023

JACQUELINE DE ROMILLY Y LOS LAVADEROS DEL ESCAMANDRO

 


Estamos en el canto XXII de la Ilíada de Homero y Aquiles va persiguiendo a Héctor. De pronto, Homero nos enseña unos lavaderos que están junto a las fuentes del Escamandro, el río de Troya. La gran Jacqueline de Romilly, en su libro Homère, tan maravilloso como todo  lo suyo, nos muestra esta escena doméstica que el poeta ciego introduce en mitad de un episodio guerrero. Pero antes nos tenemos que situar dentro de la acción porque esos lavaderos no aparecen ahí sin venir a cuento, sino perfectamente engarzados. Así en Homero:

οἳ δὲ παρὰ σκοπιὴν καὶ ἐρινεὸν ἠνεμόεντα

τείχεος αἰὲν ὑπ᾽ ἐκ κατ᾽ ἀμαξιτὸν ἐσσεύοντο,

κρουνὼ δ᾽ ἵκανον καλλιρρόω· ἔνθα δὲ πηγαὶ

δοιαὶ ἀναΐσσουσι Σκαμάνδρου δινήεντος.

ἣ μὲν γάρ θ᾽ ὕδατι λιαρῶι ῥέει, ἀμφὶ δὲ καπνὸς

γίγνεται ἐξ αὐτῆς ὡς εἰ πυρὸς αἰθομένοιο·

ἣ δ᾽ ἑτέρη θέρεϊ προρέει ἐϊκυῖα χαλάζηι,

ἢ χιόνι ψυχρῆι ἢ ἐξ ὕδατος κρυστάλλωι.

 

Así en castellano:

Junto a la atalaya y al ventoso cabrahígo pasaron,

cada vez más lejos de la muralla por el camino de carretas,

y a los dos manantiales de bello caudal llegaron. Allí

manan dos fuentes del turbulento Escamandro:

de una brota el agua tibia y a su alrededor una nube de vapor

desde ella asciende, como si fuera de fuego ardiente;

la otra en el verano incluso brota parecida al granizo,

a la fría nieve o al hielo cristalino de agua formado.

         Ya estamos en el lugar de los lavaderos y así los describe Homero:

ἔνθα δ᾽ ἐπ᾽ αὐτάων πλυνοὶ εὐρέες ἐγγὺς ἔασι

καλοὶ λαΐνεοι, ὅθι εἵματα σιγαλόεντα

πλύνεσκον Τρώων ἄλοχοι καλαί τε θύγατρες

τὸ πρὶν ἐπ᾽ εἰρήνης πρὶν ἐλθεῖν υἷας Ἀχαιῶν.

 

que diría así en nuestra lengua:

 

Hay allí junto a ellas unos anchos lavaderos

hermosos, de piedra, en los que los resplandecientes vestidos

lavar solían las esposas y las bellas hijas de los troyanos.

 

         Y de pronto, se me viene al recuerdo aquel lavadero en la curva de Mogor en el que Paco Mateos, al volver de la playa de Lapamán paraba para coger agua, un agua finísima, helada en el pleno verano galaico. Y recuerdo a las mujeres con las tablas de lavar de madera hablando mientras restregaban las coladas y las aclaraban con la linfa pura. Recuerdo aquel otro lavadero de la carretera de Moaña en donde las mujeres también llevaban su ropa en  cestas que colocaban sobre sus cabezas y que, en difícil equilibrio, hacían llegar hasta los caños. Y recuerdo también el lavadero de Boecillo, aún en pie y con su agua en la fuente de Villamayor en donde hoy hay un hermoso parque en mitad de un paisaje de cuento porque también Castilla tiene hermosos lugares que las aguas convierten en pañuelos de prados y que, como decía don Miguel de Unamuno, son menos de cromo que los del norte. Y pienso que,  durante más de dos mil ochocientos años, el mundo ha visto a las mujeres ir con sus ropas a los lavaderos, fueran de donde fueran, ya de las enjoyadas Rías de Galicia, ya de Boecillo, junto al padre Duero. ¡Cuánto ha cambiado la vida en muy pocos años! Como os he contado muchas veces, he oído de pequeño los stridentia plaustra virgilianos por las carreteras orensanas o sanabresas, con el eje gimiendo como cuenta también Esopo en una de sus fábulas;  he visto arar con arado romano y lavar a las mujeres como las vieron Aquiles y Héctor. Debo de ser muy viejo.

         ¡Qué sensibilidad la de esta profesora francesa a la que debo tanto! ¡Qué sensibilidad la de Homero que tuvo este detalle con las mujeres que de seguro lo escuchaban mientras recitaba en las plazas de los pueblos de Grecia y que se sentían halagadas con esta alusión!

         ¡Qué cerca nuestros griegos y nuestros romanos que los malos políticos de turno nos quieren alejar con estúpidas leyes! Pero los humildes profesores de “lenguas muertas” seguiremos luchando por que nuestros alumnos “vean” esos lavaderos que nosotros, como Homero, vimos en nuestra infancia perdida en una ya lejana curva del camino.

         Y, por cierto, ¿qué es un cabrahígo? Os lo cuento en la próxima entrada.

 

lunes, 22 de mayo de 2023

EL EPITAFIO DE SÍCILOS


 

El epitafio de Sícilos es el texto musical completo más antiguo que se conserva. Encontrado por William Mitchell Ramsay en 1883 en  Turquía, perdido durante el conocido como Holocausto de Asia Menor o Guerra greco-turca que duró de 1919 a 1922, en la actualidad se encuentra en  Dinamarca, más exactamente en el Museo Nacional de Copenhague.

La inscripción en griego consta de tres partes: descripción, poema y dedicatoria

Texto en griego de la descripción

Texto en castellano

ΕΙΚΩΝ Η ΛΙΘΟΣ ΕΙΜΙ.

ΤΙΘΗΣΙ ΜΕ ΣΕΙΚΙΛΟΣ

ΕΝΘΑ ΜΝΗΜΗΣ ΑΘΑΝΑΤΟΥ

ΣΗΜΑ ΠΟΛΥΧΡΟΝΙΟΝ

Imagen soy de piedra

Sícilo en mí pone

allí donde estoy, de inmortal recuerdo,

señal para siempre.

 

Texto en griego del poema o epitafio.

Traducción al castellano

Ὅσον ζῇς, φαίνου,

μηδὲν ὅλως σὺ λυποῦ·

πρὸς ὀλίγον ἐστὶ τὸ ζῆν,

τὸ τέλος ὁ xρόνος ἀπαιτεῖ.

Mientras vivas, brilla,

no temas nada en absoluto.

Poco dura la vida

y el final exige el tiempo.

 

Texto en griego de la dedicatoria.

Texto en castellano

ΣΕΙΚΙΛΟΣ ΕΥΤΕΡΠ[Ηι]

Sícilo a Euterpe

 

         La melodía está escrita en modo frigio y se desenvuelve en el ámbito de una octava justa. Es un skolion o “canción de symposion”, es decir, una canción para beber en un banquete aunque, cuando la escuchamos en su transcripción, nos da una cierta impresión melancólica que resulta lógica  pues no debemos olvidar que se trata de un epitafio, esto es, una poesía escrita sobre una tumba (epi – tafos). En esta partitura moderna, vemos que está en 6/8, un compás musical de dos tiempos formados por tres corcheas cada uno siendo su unidad de tiempo la negra con puntillo

SONIDO

Voy a intentar que se pueda oír cómo sonaría en la actualidad y para ello os pongo aquí este vídeo:

https://www.youtube.com/watch?v=UqVxrArhN6A

domingo, 21 de mayo de 2023

LA EUFORIA DE CARLOS MARZAL

 


La palabra griega  εὐφορία que pasa por el latín euphoria y que nos llega al castellano como cultismo con la forma euforia ha tenido una curiosa evolución semántica pues de significar “llevar bien algo”  (εὖ – φέρω) ha pasado a significar “sensación de bienestar” y, añadiendo un poco más al diccionario de la RAE,  diría que “muy intensa esa sensación de bienestar”. Estamos eufóricos cuando la alegría nos invade y nos lleva y nos arrastra. Perdonad por este prólogo que es fruto de mi profesión de profesor de lenguas muertas porque mi idea era hablaros del último libro del mi muy admirado poeta valenciano Carlos Marzal. Lo que pasa es que – os lo juro-, este libro no es un libro, es un botiquín de primeros auxilios ahora que la vida, - ¡quién lo iba a decir! - , empieza a llegar a las penúltimas cuestas. Con un lenguaje sencillo, sin ningún  rastro de absurdo y trasnochado culturalismo (¡toma nota, Jaime Siles!), Marzal llega al corazón para sanarlo porque como ya os he dicho miles de veces la verdadera poesía cura (heilen) y por eso es sagrada (heilig) porque el ser humano, animal incurable e inconsolable según Saramago, necesita la curación por el enigma, la salvación por el símbolo. Pero Hasta la Iglesia, con ese absurdo prurito de allanar el mensaje, se está cargando todo el contenido simbólico y enigmático de las Sagradas Escrituras y no será raro que, para entender el símbolo de la Ascensión cuya fiesta celebrábamos ayer, se acabe diciendo que Jesús llevaba colocados unos inyectores que le permitieron ascender a los cielos o afirmando sin rubor que atravesó un portal de Stranger Things. No podemos (ni debemos) llegar hasta el fondo del misterio porque acabaríamos como aquella pobre desgraciada que mató a la gallina de los huevos de oro. Marzal escribe una poesía sencilla, pero que te pone un nudo en la garganta; otros escriben una poesía falsamente culturalista que produce bascas. Como muestra, un botón: una simple y humilde brida de plástico le sirve a  Marzal para tallar un hermoso poema sobre la vida y la muerte. He aquí poesía de verdad: lo demás, "poesía hamburguesa del MacSiles”.

DON RAMÓN CABANILLAS

 


Había en Marín, en la calle Calvo Sotelo, un estanco que también era, como el de Juan y Merche o  como el de la calle General Franco, papelería y librería. Una tarde, buscando por aquellos anaqueles de libros, encontré, publicadas en Akal, las obras completas de Ramón Cabanillas. Había sacado por entonces Juan Pardo un disco sobre él que yo tenía en forma de “cinta” y en el que, ni por asomo, aparecían las letras. Aquel libro me sirvió para leer las poesías de don Ramón musicadas por Juan Pardo y para entrar en su poesía que, a lo largo de estos años, nunca he dejado porque es una poesía de gran hermosura y de gran valor literario. Don Ramón fue el eslabón entre el Rexurdimento y los poetas del siglo XX y, perdón si me equivoco - y, si así fuere, que venga Jaime Siles a corregirme-  pero no habría existido un Celso Emilio Ferreiro sin la figura, sencilla pero definitiva, de este poeta de Cambados. A don Ramón le debemos el Canto a Roma, el  delicado poema a una “pobriña da tola”, el emocionante poema a Rosalía de Castro, el ¡En pe!, con toda la fuerza de las Hermandades da fala o, para no seguir, ese breviario de amor tan romántico en pleno siglo XX que es A rosa das cen follas. No podemos olvidar Camiños do tempo o las Paráfrasis de clásicos griegos y latinos. Fue don Ramón un excelente sonetista y un gran ritmador (fijaos que he escrito “ritmador”, de ritmo,  tal y como le gustaba decir al maestro Agustín García Calvo) y en su poesía suena el mar de Cambados, ese Cambados al que él nombró como “pobre, fidalgo e soñador”. Ya nadie se acuerda de Ramón Cabanillas, pero por eso mismo tenía que volver a traerlo a este blog de causas perdidas.


lunes, 15 de mayo de 2023

SCHUMANN EN RENANIA

 

Schumann era sajón, más en concreto de Zwickau, una ciudad que está al suroeste de Dresde, la ciudad mártir por los bombardeos aliados. En Dresde, Schumann pasó cuarenta años de su vida hasta que en 1850 estalló la revolución en esta ciudad y Schumann se encaminó a Renania. Por cierto, en Dresde, estaba otro sajón, tres años menor que Schumann,  que atendía al casi desconocido nombre entonces de Richard Wagner y que se tomó tan en serio lo de la revolución que acabó exiliado en Zúrich. Por tanto, ambos, Robert y Richard,  coincidieron en Dresde: para uno la “Primavera de las Naciones” supuso el marcharse a las tierras del Rin; para el otro, una vida de exiliado en Suiza. Vamos a quedarnos con el primero, con Robert. El viaje desde Dresde hasta las orillas del Rin son unos seiscientos kilómetros y supone un cambio de paisaje y  de paisanaje. Renania es, mutantis mutandis, la “Andalucía alemana” y Schumann provenía de las cejijuntas tierras sajonas. Su llegada a la luz renana, a los viñedos, a las torres de la catedral de Colonia le harían tanta impresión al músico de Sajonia como a un asturiano cuando llega a la luz de Cádiz. Puedo haber exagerado, pero esa idea tengo. Fue entonces cuando Robert compuso su sinfonía “Renana”, llena de la luz de esta región alemana que, como en casi todas las regiones alemanas , se habla un dialecto diferente en el que en lugar de Apfel se dice Affel para referirse a las manzanas. Es decir, que mi comparación entre el asturiano y su llegada a Cádiz cobra más fuerza al parar mientes en lo del acento distinto. Sin embargo, esa alegría desbordante le duró poco a Robert que, según algunos críticos, debido a su intenso trabajo se vio agravado en su enfermedad mental hasta el punto de que, prisionero de sus alucinaciones, se tiró al Rin en 1854, pero unos barqueros lo salvaron al recogerlo todavía con vida. Pero ya nada fue igual. Schumann, ante el agravamiento de su enfermedad, fue llevado al psiquiátrico de Endenich, cerca de Bonn, en donde murió aquejado de una neumonía. Ya el nombre del hospital no auguraba nada bueno (Ende, en alemán, es fin) y el sajón se quedó en Bonn, en una tumba en la que, algunos años después, le iría a hacer compañía su querida Clara. Una historia muy triste, la verdad.


EL CAMPANU DE ESTE AÑO

 


El Campanu del año 2023 se ha pescado en el Sella, el día 2 de abril,  a las 8.10 horas de la mañana, en el pozo El Águila que queda en las inmediaciones de la localidad asturiana de Villanueva, en el concellu de  Cangas de Onís. Tendría que haber empezado diciendo que el Campanu es el primer salmón que se captura en el Principado a principio de la temporada y que recibe este nombre porque, al pescarlo, se echaban a repicar les campanes. El pescador ha sido José Luis Vega, - que lo pescó en tan sólo ocho o nueve minutos y, por supuesto, con cebo natural- ,  y el salmón pesó 3,250 kilos y ha medido 72 centímetros, mucho más pequeño que el del año pasado que se pescó en el Narcea y que pesó 6,7 kilos y midió 84 centímetros y lejos también del pescado en 2013 por Francisco Vega en el pozo La Masona que alcanzó los 8,500 kilos. Sin embargo, el Campanu de este año 2023 se vendió por 9.200 euros y el de 2013 alcanzó 6.700 euros, es decir, 2500 euros menos. El afortunado pescador se ha llevado 2.500 euros que le ha entregado el Ayuntamiento de Cangas de Onís. Claro que lo del precio del Campanu es algo que no depende del peso, sino de la subasta y así os puedo contar que el más caro de los que tengo noticia fue el de 2007, pescado en el Narcea por Luis Miguel García que, aun teniendo tan sólo 4.400 kilos,  se vendió por 18.000 euros de nada.

Por cierto, para que los cántabros no se piquen, diré que no tengo datos del campano cántabro de este año, pero sí os digo que el del año pasado se pescó en el Pas, pesó 7,260 kilos y se vendió por 8.100 euros. El afortunado pescador fue Miguel Ángel Pereda Gómez.

Como os estaréis preguntando que quién se ha gastado esa pasta gansa en el salmón, os cuento que los “paganos” han sido los del grupo El Campanu que tienen restaurantes en Ribadesella y en Gijón. A cómo venderán el Campanu en sus mesas es algo que no me consta y que tampoco me interesa en demasía porque no me voy a ir a Ribadesella o a Gijón para pedirme una ración. No tengo ni tiempo ni dinero

         Bien sé que estas cosas es muy posible que no le interesen a nadie a o, todo lo más,  a un grupo muy reducido de personas, pero alguien lo tiene que contar porque alguien se tiene que ocupar de las cosas pequeñas y no de tan sólo  la macroeconomía.

          

miércoles, 10 de mayo de 2023

ORTEGA Y EL PAISAJE ANDALUZ

 


Cuenta don José Ortega y Gasset en su libro Viajes y países en donde se recoge su artículo Teoría de Andalucía, que, a su vez, cuenta Chateaubriand que, al llegar los cien mil hijos de San Luis a la divisoria de Sierra Morena y descubrir súbitamente la campiña andaluza, les produjo tal efecto el espectáculo que, de manera espontánea, los batallones presentaron armas a la tierra maravillosa. No necesito contar más y así convierto esta entrada en la más breve que he publicado nunca, pero en una de las más intensas.