Sabéis lo mucho que
quise a Jacinto Herrero, - ese que fue el gran poeta de Ávila mientras otros
mindundis, dinosaurios alimentados con prebendas de Diputaciones y
Ayuntamientos, le quitaban su importancia y lo tenían por curilla aficionado a
hacer versos aun siendo como era un poeta mayor que todos ellos juntos-, y que
ya le escribí un soneto que publiqué en este blog pecador. Vuelvo ahora la carga con este poema en el que, una vez
más, le muestro al mundo el gran cariño que sentía ( y siento pues “la muerte no
interrumpe nada” como dijo don Luis Rosales) por él. El poema ya tiene algunos
años, pero sigue esperando su oportunidad para saltar al terreno de juego.
Para Jacinto
Herrero Esteban, pájaro ya
en las ínsulas
extrañas.
Pues bien sé que ya tienes entre las manos
la brasa de este otoño colmado de nostalgia
en aquella tierra a la que llegué como
extranjero
y como extranjero abandoné entre triste granito
cuando los ángeles cruzaban las noches
prodigiosas
en las que Luis, tu hermano, alcaraván con
gemido,
cruzaba las tristes rastrojeras
mientras el cielo se prendía en llamaradas
y escribía vuestros nombres en hacinas
y barbechos y el harnero se colmaba de harina
y abrevaban los mansos bueyes en la pila,
quiero decirte, Jacinto, con el contrapunto
de la roldana del pozo
que tú me devuelves los días felices
que me robaron a traición aquellos años
en que la vida se me helaba entre las manos
y en las madrugadas silenciosas, invocaba
el amor que yacía en las camas heladas.
Pero tú, como entonces, prendes mi candela
con tu llama, sacerdote de pájaros y de
almendros,
amigo del alma que te perdiste en los eriales
de la nieblas tintadas con la fría ceniza de la
muerte;
y con tu luz asombro la noche larga que recorro
y alumbro la mañana con la esperanza de tu vida
mientras un ángel morañego me alegra este otoño
[cargado de nostalgia
al que los membrillos perfuman con su aroma de
soles
[y de siglos.
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