Había
en Marín, en la calle Calvo Sotelo, un estanco que también era, como el de Juan
y Merche o como el de la calle General
Franco, papelería y librería. Una tarde, buscando por aquellos anaqueles de
libros, encontré, publicadas en Akal, las obras completas de Ramón Cabanillas.
Había sacado por entonces Juan Pardo un disco sobre él que yo tenía en forma de
“cinta” y en el que, ni por asomo, aparecían las letras. Aquel libro me sirvió
para leer las poesías de don Ramón musicadas por Juan Pardo y para entrar en su
poesía que, a lo largo de estos años, nunca he dejado porque es una poesía de
gran hermosura y de gran valor literario. Don Ramón fue el eslabón entre el Rexurdimento y los poetas del siglo XX
y, perdón si me equivoco - y, si así fuere, que venga Jaime Siles a corregirme-
pero no habría existido un Celso Emilio
Ferreiro sin la figura, sencilla pero definitiva, de este poeta de Cambados. A
don Ramón le debemos el Canto a Roma,
el delicado poema a una “pobriña da tola”,
el emocionante poema a Rosalía de Castro, el ¡En pe!, con toda la fuerza de las Hermandades da fala o, para no seguir, ese breviario de amor tan
romántico en pleno siglo XX que es A rosa
das cen follas. No podemos olvidar Camiños
do tempo o las Paráfrasis de clásicos
griegos y latinos. Fue don Ramón un excelente sonetista y un gran ritmador
(fijaos que he escrito “ritmador”, de ritmo, tal y como le gustaba decir al maestro Agustín
García Calvo) y en su poesía suena el mar de Cambados, ese Cambados al que él
nombró como “pobre, fidalgo e soñador”. Ya nadie se acuerda de Ramón
Cabanillas, pero por eso mismo tenía que volver a traerlo a este blog de causas
perdidas.
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