La palabra griega εὐφορία que pasa por el latín euphoria y que nos llega al castellano
como cultismo con la forma euforia ha tenido una curiosa evolución semántica
pues de significar “llevar bien algo” (εὖ
– φέρω) ha pasado a significar “sensación de bienestar” y, añadiendo un poco
más al diccionario de la RAE, diría que “muy
intensa esa sensación de bienestar”. Estamos eufóricos cuando la alegría nos
invade y nos lleva y nos arrastra. Perdonad por este prólogo que es fruto de mi
profesión de profesor de lenguas muertas porque mi idea era hablaros del último
libro del mi muy admirado poeta valenciano Carlos Marzal. Lo que pasa es que –
os lo juro-, este libro no es un libro, es un botiquín de primeros auxilios
ahora que la vida, - ¡quién lo iba a decir! - , empieza a llegar a las
penúltimas cuestas. Con un lenguaje sencillo, sin ningún rastro de absurdo y trasnochado culturalismo
(¡toma nota, Jaime Siles!), Marzal llega al corazón para sanarlo porque como ya
os he dicho miles de veces la verdadera poesía cura (heilen) y por eso es sagrada (heilig)
porque el ser humano, animal incurable e inconsolable según Saramago, necesita
la curación por el enigma, la salvación por el símbolo. Pero Hasta la Iglesia,
con ese absurdo prurito de allanar el mensaje, se está cargando todo el
contenido simbólico y enigmático de las Sagradas Escrituras y no será raro que,
para entender el símbolo de la Ascensión cuya fiesta celebrábamos ayer, se
acabe diciendo que Jesús llevaba colocados unos inyectores que le permitieron
ascender a los cielos o afirmando sin rubor que atravesó un portal de Stranger
Things. No podemos (ni debemos) llegar hasta el fondo del misterio porque
acabaríamos como aquella pobre desgraciada que mató a la gallina de los huevos
de oro. Marzal escribe una poesía sencilla, pero que te pone un nudo en la
garganta; otros escriben una poesía falsamente culturalista que produce bascas.
Como muestra, un botón: una simple y humilde brida de plástico le sirve a Marzal para tallar un hermoso poema sobre la
vida y la muerte. He aquí poesía de verdad: lo demás, "poesía hamburguesa
del MacSiles”.
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