Mi
muy querido Vicente Núñez, el grandísimo poeta cordobés, de Aguilar de la
Frontera para más señas, tiene un libro bellísimo que os recomiendo y que se
titula Ocaso en Poley, que era como
don Vicente nombraba a su pueblo natal tomándose esa atribución que tenemos los
poetas de, cual pequeños dioses, ponerle nombre a las cosas. Un servidor, que
está claro que no es de Córdoba ni tan buen poeta como don Vicente, ha querido
imitarlo y aquí tenéis el poema sobre los ocasos en Boecillo. Me ha dado
últimamente por llegarme hasta la fuente de Boecillo convencido de que hasta
allí, como dice el maestro Colinas hablando de los atardeceres de Castilla, van
a morir las arias de Handel. Cosas de poetas. Voilá le poéme:
OCASO EN BOECILLO
Al gran poeta
Vicente Núñez
que ya es para
siempre
Ahora que vanas son las rosas
que la tarde de octubre esconde
en un no sé qué de divina hermosura
y que ya es una mentira lejana aquel muchacho
que desnudo recorría las mieses granadas
y con cuya luz aún los chopos se prenden
en este ocaso que se obstina en lo oscuro
frente a las tardes de gloria y de alberca,
te recuerdo, Vicente, allá en tu Poley del alma,
con tus papeles, tus cartas, tus libros,
mientras que con perfecta caligrafía
vas dejando tu alma en la besana blanca
que aran la pena y la alegría.
Ahora que la penumbra de la tarde
va oscureciendo salones y alcobas,
ahora que todo se apaga y pasa,
pero deja huella en los ojos del niño;
ahora que no es pecado estar triste
porque en la tristeza bebemos
la más perfecta alegría del otoño
y tus ríos me arrastran a los hondones dela vida
donde el corazón de unos brazos
sigue latiendo bajo el cielo
y tiembla en el aire
el abrazo insondable y total de la muerte;
ahora que en el mar hondo navegas
junto a las secretas criaturas
de los hondos abismos,
que la noche se enturbia con el mosto
que pisan en los lagares los corazones heridos
y ahora que sospechamos que, quizás,todo
ha sido
un sueño que el viento
nos contó en el bosque, te llamo, Vicente,
desde el fondo de la casa en cuyas camas
reposaba el sol cálido y anaranjado del ocaso;
desde el fondo de esta vida que lucha
por seguir viva con el vino
sonoro de la esperanza
y espero contigo ese tiempo mudo
cuando nada concluya. ¡Cuando todo sea eterno!
Por cierto, la foto
que ilustra la entrada es mía.
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