Dedico esta
entrada, con todo cariño, a mi querido maestro don Antonio Ruiz de Elvira que
tanto hubiera disfrutado leyéndola y comiéndose unos higos.
En
la anterior entrada, la de los lavaderos, veíamos esos bellísimos versos de
Homero en los que nos describe los lavaderos de la ciudad de Troya: y antes os
contaba, al traducir al vate de Quíos, cómo Aquiles y Héctor pasaron junto a la
atalaya y al ventoso cabrahígo. Así lo cuenta Homero y así también copio de
nuevo el verso:
οἳ
δὲ παρὰ σκοπιὴν καὶ ἐρινεὸν ἠνεμόεντα
Habría que parar mientes en estos
versos porque Homero va siguiendo con su “cámara” a los dos héroes, pero, de
pronto, deja de seguir a ambos héroes y “enfoca” a los lavaderos y eso nos
muestra que Homero era poeta, un gran poeta porque, como decía el maestro
Dámaso Alonso, “cuando se murió el poeta, se quedaron tristes las cosas pequeñas
que él cuidaba”. Poeta es el que se ocupa de las minima, de las cosas pequeñas, y cosas pequeñas – y más en un texto épico-,
son unos lavaderos. También, decía Tonino Guerra, que poeta es el “que se quita
el sombrero ante un almendro en flor”, otra “cosa pequeña” de nuestro mundo
mágico de árboles, arbustos y hierbas. Y también son cosas pequeñas esa atalaya
y ese cabrahígo que estaba en las alturas y al que agitaba el viento. Bellísimo
pasaje de la Ilíada que una mujer con fina sensibilidad como Jacqueline de Romilly,
fue capaz de señalar. Pero vamos con el cabrahígo.
En griego, cabrahígo se dice ἐρινεόν
que va aquí junto a ἠνεμόεντα que es una forma de ese dialecto de dialectos que
es la lengua homérica en lugar de la forma ἀνεμοεις – εσσα-εν que, tiene la misma raíz que ἄνεμος, viento, que nos da en
castellano “anemómetro”, instrumento para medir el viento y otras muchas
palabras que podéis buscar en el diccionario. El adjetivo nos lleva a “ver” al
cabrahígo combatido por los vientos, solitario y señero como aquel arbolillo
que veía yo todas las mañanas camino de Cuéllar, en San Miguel del Arroyo; o
como aquel saúco que me perfumaba las tardes de mayo en Ávila, la bien cercada, como decía Agustín García Calvo de Zamora. Por
cierto, que Agustín en su traducción rimada en asonante y ritmada de la Ilíada
pone Cabrahígo, con mayúsculas, considerándolo un personaje más de la epopeya
homérica. Ambas palabras, el sustantivo
junto con su adjetivo van en acusativo como va también σκοπιήν que es la forma
jónica de σκοπιά, atalaya, sustantivo de la misma raíz que el verbo σκοπέω, que
significa ver y que tantas palabras nos da en castellano: microscopio, periscopio o telescopio tan sólo por citar
algunas. Fijaos también que este acusativo no es un acusativo cuya función sea
la de complemento directo, sino un acusativo regido por la preposición παρά.
Visto esto, resumimos y decimos que una atalaya es pues un lugar elevado, un
lugar conspicuo desde el que vemos y, junto a la atalaya, estaba el cabrahígo que proviene para nosotros
de la palabra latina caprifigus con
dos componentes: capra (cabra) y ficus (higo y también higuera, que en la
clasificación de Linneo es ficus carica).
Pero, me diréis, todavía no has dicho lo que es un cabrahígo. Cierto es y a
ello vamos.
El caprificus
se denomina en latín a la higuera silvestre en la que ramonean las cabras. Sí,
pero algo más si tenemos en cuenta que, según los botánicos, hay dos tipos de
higueras: dioicas, es decir, con árboles machos y árboles hembras y las
monoicas que en un único árbol producen flores masculinas y femeninas. Pues
bien, a los árboles masculinos de la variedad dioica de las higueras se las
conoce como cabrahígos cuyos higos masculinos se utilizan en la fecundación de
las higueras hembra en un proceso que consiste en colgar racimos de higos
masculinos que, por cierto, no son comestibles, cerca de las higueras hembras
para que las avispas, que además de para picarnos sirven para polinizar y
fructificar, yendo de un árbol a otro, las polinicen y fructifiquen. Este
proceso se conoce como caprificación. Resumiendo que es gerundio: el muy traído y
llevado cabrahígo es una higuera “macho” que produce frutos no comestibles. Tampoco
debemos olvidar que hay higueras llamadas bíferas o reflorecientes que son las
que producen dos cosechas al año: hacia finales de la primavera, las bíferas
producen las brevas (perfecta evolución fonética de bífera que significa en
griego “que produce dos veces”) y los higos al final del verano o principios del
otoño. Todas estas “tonterías” me gustan tanto porque un servidor iba para
biólogo, pero mi tutor de 2º de BUP, Félix Larrauri, me dejó muy claro que yo
veía la naturaleza con ojos de poeta y no con ojos de científico y hasta hoy.
Por cierto que exquisitos eran los higos que daba una higuera que tenía mi
padre en Valboa, allá por las tierras altas de O Carballiño y recuerdo comer
aquellos higos maravillosos a finales de agosto. A día de hoy, no puedo decir
qué ha pasado de aquellos higos pues aquel territorio está en manos de una
bruja malvada que me impide llegarme hasta ellos.
Como ya estamos empechados de higos,
vamos a tranquilizarnos y a dejar de tocar los higos no vaya a ser que nos empancemos y se nos
quiten las ganas de higos por una larga temporada porque el empacho de higos es
muy malo y requiere de estricta dieta que puede extenderse durante varios meses.
Si alguien se tiene que empachar, que sea la bruja iza, driza y colipoterra (
Cela dixit) que aquellas tierras usurpa. Y ya con esto, dejamos de una vez al cabrahígo homérico en paz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario