Un día,
hablando con mi buen amigo Jesús Sanz Rioja, culto profesor en las Delicias,
pero no del Bosco, me decía que no había leído nada de Concha Espina y yo le
decía que tampoco. Un servidor recuerda bien su calle, desde La Castellana
hasta Príncipe de Vergara, pero no su obra. Cosas que pasan. Puesto a la labor,
elegí Altar mayor, novela de 1926 por
la que le concedieron el premio nacional de Literatura y que fue llevada al
cine por Gonzalo Delgrás. En la novela, Teresina recibe ante el altar de
Covadonga la promesa de Javier de la Escosura de un amor eterno, pero ya
sabemos lo voluble que es el amor. No os cuento más, pero ya os imagináis lo
que puede ocurrir con una venganza sui generis
de la propia Santina. Escrita en un
castellano arcaizante al igual que las novelas de Ricardo León, la obra
contrasta con otra novela, Jarapellejos
de Felipe Trigo con la que estoy ahora y de la que os contaré a su debido
tiempo. El lenguaje poético de Concha Espina es muy hermoso, pero me ha hecho
mirar veinticinco veces el diccionario de la RAE porque había palabras que no
había leído en mi vida. Os recomiendo la obra, pero modernos y postmodernos que
se abstengan y que sigan con Paul Auster. Por cierto, que la susodicha se llamaba de
nombre completo María de la Concepción
Jesusa Basilisa. Por fortuna para todos y especialmente para los alumnos
de la ESO, se la conoce tan sólo como Concha Espina.
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