Cuando
don Marcelino Menéndez Pelayo tuvo que dar una opinión sobre Gabriel de
Bocángel y Unzueta, el poeta que nos ocupa en esta entrada de blog, dijo estas
palabras refiriéndose a su fábula de Hero y Leandro:
Es un poema culterano
que quiere ser paráfrasis de Museo, en 104 octavas reales, no todas tan malas
como la primera.
Al decir esto, el
célebre polígrafo cántabro parece que dejaba la cuestión sentada para siempre.
Sin embargo, Juan Chabás lo elogió y Luis Rosales y Luis Felipe Vivando le
dedicaron treinta páginas en su Poesía
heroica del Imperio, (¡manda carallo
el título) en 1943. Tenemos que esperar a 1946 en que Rafael Benítez Claros
pondrá las cosas en su sitio con tres libros sobre Bocángel, los dos primeros, una edición crítica de su
obra; el tercero, un estudio sobre su vida y obra.
Tras su lectura en la antología de Luis Alberto de Cuenca,
no podemos decir que Bocángel fuera un
poeta secundario, un poeta más en ese montón de poetas culteranos que debieron
de poblar la España del XVII. Juzgad vosotros por este bellísimo soneto con el
que se abre el libro:
Huye del Sol, el Sol, y se deshace
la vida a manos de la propia vida,
del tiempo, que a sus partos homicida,
en mies de siglos las edades pace.
Nace la vida, y con la vida nace
del cadáver la fábrica temida.
¿Qué teme, pues, el hombre en la partida,
si vivo estriba en lo que muerto yace?
Lo que pasó ya falta; lo futuro
aun no se vive; lo que está presente,
no está, porque es su esencia el movimiento.
Lo que se ignora es sólo lo seguro,
este mundo, república de viento,
que tiene por Monarca un accidente.
la vida a manos de la propia vida,
del tiempo, que a sus partos homicida,
en mies de siglos las edades pace.
Nace la vida, y con la vida nace
del cadáver la fábrica temida.
¿Qué teme, pues, el hombre en la partida,
si vivo estriba en lo que muerto yace?
Lo que pasó ya falta; lo futuro
aun no se vive; lo que está presente,
no está, porque es su esencia el movimiento.
Lo que se ignora es sólo lo seguro,
este mundo, república de viento,
que tiene por Monarca un accidente.
En fin, ya
sabemos que el santanderino, a veces, no estaba muy acertado.
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