Recuerdo
que ya hace un montón de años, cuando
compartía mesa en la Facultad de Filología con mi amigo filósofo José Luis
Estruch, bajábamos a la biblioteca general y cada mañana faltaban más libros
porque, por la noche, unos canallas los robaban por las ventanas. Se llevaron
casi completa la colección Clásicos Castellanos de Espasa Calpe, pero dejaron
el volumen del padre Juan Arolas que no tenía mucho interés para tamaños
bárbaros. Al cabo del tiempo, encontré otra vez al padre Arolas en la
biblioteca, bien nutrida por cierto, del IES “Marqués de Lozoya” y allí estaba
este escolapio catalán con sus poemas orientales. Y es que el padre Arolas,
este barcelonés que nació en 1805, pero que era un poeta del XVIII, escribió,
sobre todo, sobre temas cargados de gran sensualidad. ¿Cómo es posible esto en
un sacerdote escolapio? La verdad es que
su vida fue un tanto “extraña” pues ya recién ingresado en la orden sintió “un vivo amor”
(así dicen los historiadores de la literatura) por una muchacha de Peralta de
la Sal, lugar de nacimiento de San José de Calasanz y en donde está la casa
donde nació el fundador. Fue un liberal que apoyó a Isabel II y su postura en
política le llevó a fundar, junto con Pascual Pérez Rodríguez, el Diario Mercantil. Sufrió delirios
eróticos que lo llevaron a ser encerrado en una celda monacal en donde murió. José Lomba y Pedraja, su único biógrafo amén
de Carvajal y Ribot, dice: “La verdad es que vivió en una contradicción perpetua
a causa de no haber tomado jamás un partido bueno o malo, con resolución y
valentía”. Teodoro Llorente se pregunta ante su solemne profesión a los dieciséis
años:
“¿Cómo profesó no contrariado
quien sentía en sus entrañas este fuego terrenal? Arcano es éste que no he
visto explicado.
Arolas es un drama psicológico
para la consulta de un psiquiatra, pero nosotros no vamos a entrar en eso sino
en sus poemas. He aquí uno:
Sobre pupila azul, con sueño leve,
tu párpado cayendo amortecido
se parece a la pura y blanca nieve
que sobre las violetas reposó:
yo el sueño del placer nunca he dormido:
se más feliz que yo.
Se asemeja tu voz en la plegaria
al canto del zorzal de indiano suelo
que sobre la pagoda solitaria
los himnos de la tarde suspiró:
yo sólo esta oración dirijo al cielo:
se más feliz que yo.
Es tu aliento la esencia más fragante
de los lirios del Arno caudaloso
que brotan sobre un junco vacilante
cuando el céfiro blando los meció:
yo no gozo su aroma delicioso:
se más feliz que yo.
El amor, que es espíritu de juego,
que de callada noche se aconseja
y se nutre con lágrimas y ruego,
en tus purpúreos labios se escondió:
él te guarde el placer y a mí la queja;
se más feliz que yo.
Bella es tu juventud en sus albores
como un campo de rosas del Oriente;
al Ángel del recuerdo pedí flores
para adornar tu sien, y me las dio;
yo decía al ponerlas en tu frente:
se más feliz que yo.
Tu mirada vivaz es de paloma;
como la adormidera del desierto,
causas dulce embriaguez, hurí de aroma
que el cielo de topacio abandonó:
mi suerte es dura, mi destino incierto:
se más feliz que yo.
tu párpado cayendo amortecido
se parece a la pura y blanca nieve
que sobre las violetas reposó:
yo el sueño del placer nunca he dormido:
se más feliz que yo.
Se asemeja tu voz en la plegaria
al canto del zorzal de indiano suelo
que sobre la pagoda solitaria
los himnos de la tarde suspiró:
yo sólo esta oración dirijo al cielo:
se más feliz que yo.
Es tu aliento la esencia más fragante
de los lirios del Arno caudaloso
que brotan sobre un junco vacilante
cuando el céfiro blando los meció:
yo no gozo su aroma delicioso:
se más feliz que yo.
El amor, que es espíritu de juego,
que de callada noche se aconseja
y se nutre con lágrimas y ruego,
en tus purpúreos labios se escondió:
él te guarde el placer y a mí la queja;
se más feliz que yo.
Bella es tu juventud en sus albores
como un campo de rosas del Oriente;
al Ángel del recuerdo pedí flores
para adornar tu sien, y me las dio;
yo decía al ponerlas en tu frente:
se más feliz que yo.
Tu mirada vivaz es de paloma;
como la adormidera del desierto,
causas dulce embriaguez, hurí de aroma
que el cielo de topacio abandonó:
mi suerte es dura, mi destino incierto:
se más feliz que yo.
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