He
vuelto a delinquir leyendo a Ricardo León. Como veis, no me enmiendo y sigo con
mis gustos raros erre que erre. Esta vez ha sido Casta de Hidalgos, esa novela ambientada en Santillana del Mar,
que, como dice el tópico, ni es llana, ni es santa, ni tienen mar. Pero a lo que vamos. Don Jesús de Ceballos es
hijo de un viejo hidalgo y un buen día, este joven se marcha de Santillana para
dilapidar su vida entre la literatura y vida bohemia. Pero, un buen día,
regresa al pueblo que le vio nacer que León lo pinta como una especie de Brujas
la muerta, con monasterios y palacios en los que la ruina es su moradora y allí
lleva una vida triste, llena de amores y de dolores. Me encanta la conversación
con don Elías, el sacerdote de Santillana, y esa personalidad típica de artista
que tiene Jesús con muchas de cuyas “neuras” me identifico. Recién leída Don Gonzalo Gonzalo de la Gonzalera de
Pereda, la prosa de León me parece menos potente que la del maestro cántabro,
pero en nada desdeñable. Ricardo León era un buen escritor que contó con la
amistad de Unamuno y al que Cela, al principio de su carrera, pidió consejo. Yo
os diría que no os dejarais llevar por prejuicios estúpidos y que leyerais
algunas de sus obras que os siguen esperando en aquella colección Austral que tenían
completa en la librería Pérgamo, la librería de mi infancia y de mi
adolescencia, allá en la calle General Oráa
del madrileño barrio de Salamanca.
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