Creo
que fue en este verano pasado cuando me leí a Kerouac y su libro sobre la carretera.
La generación Beat la tenía un poco descuidada y la lectura de Kerouac y de
tanto viaje me fatigó un poco pues yo ya me encuentro como el senex veronensis del que publiqué, ha
poco, una entrada en este blog. Leyendo
a Félix Grande – del que ya hablaremos- vi que tenía una laguna importante con
Allen Ginsberg pues nunca había leído su Aullido.
Ni corto ni perezoso me puse a ello y bueno, qué os voy a decir, como yo ni bebo
tequila ni me fumo la marihuana en barra libre ni he probado el peyote pues lo
que me cuenta me parece algo lejano en el espacio y sobre todo en el tiempo.
Sinceramente, creo que la Generación Beat está un pelín pasada, pero que
cumplió una función importante: denunciar las injusticias de la sociedad
norteamericana. Es decir, que, entre
porrete y porrete, se dedicaban a denunciar lo que estaba mal en los EEUU cosa
que ahora se echa de menos en la juventud actual que, entre porrete y porrete, se
quedan con los ojos en blanco y en actitud de ahí me las den todas. A mí, como
modesto poeta de esquinas y valles, me llama la atención que el libro lleve
impreso un millón de ejemplares y me hago las cuentas de la lechera: si mi
“Antifonario”, del que recibo cuatro euros por euemplar se vendiera tanto, me
ganaría unos cuatro millones de euros con los que podría comprarme un
apartamentillo en Rovacías (Comillas), un caballo bayo, pagar el pupilaje del
equino y…¡en fin! para qué seguir si mi cántaro ya se ha rodo antes de salir de
casa.
Vi las mejores mentes de mi
generación destruidas por la locura.,
hambrientas, histéricas desnudas,
arrastrándose por las calles
de los negros al amanecer en busca
de un colérico pinchazo,
hipsters con cabezas de ángel
ardiendo por la antigua conexión
celestial con la estrellada
dínamo de la maquinaria nocturna (…)
¡Ay, lo que hace el peyote!
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